El Constructor Contemporáneo / Adamo-Faiden


El constructor contemporáneo camina por el pasillo de un hotel. Innumerables habitaciones dan a él. En una se puede encontrar a alguien escribiendo un libro ateo, en la siguiente a alguien de rodillas suplicando fe y fortaleza; en una tercera a un químico, investigando las propiedades de un cuerpo. En una cuarta se puede estar ideando un sistema de metafísica idealista; y en una quinta, demostrando la imposibilidad de la metafísica. Todas comparten el pasillo.

El constructor contemporáneo deberá pasar a través de él si desea tener una forma practicable de entrar y salir de su propia habitación.

El constructor contemporáneo entiende el mundo como una colección de hechos particulares en perpetuo movimiento, no un rompecabezas cuyas piezas reconstruirán un todo al encajar unas con otras. Lo describe como un mosaico sin pegamento, con múltiples piezas sueltas, libres, que tienen valor en sí mismas y en relación con las demás, formando diferentes asociaciones y conexiones cambiantes.

El constructor contemporáneo abandona la certidumbre y la objetividad como metas del pensamiento, se instala dentro de un contexto heterogéneo e inestable y lo hace con un cierto optimismo, entendiendo que inestabilidad y heterogeneidad no son un accidente engorroso sino un material creativo precioso, el genuino objeto de la imaginación contemporánea.

El constructor contemporáneo invierte la mayor parte de su tiempo mediando sus ambiciones privadas con las necesidades públicas.

El constructor contemporáneo habita la ciudad, el lugar común para aquellos que no tienen nada en común.

El constructor contemporáneo amplía constantemente su red relacional. Cree que la mejor manera de hacerlo es leer libros, por eso pasa la mayor parte de su tiempo prestando más atención a los libros que a las personas reales. Sabe que si solo conoce “gente del vecindario” quedará atascado en el léxico en el que fue educado, de manera que intenta trabar conocimientos con constructores, técnicas y entornos desconocidos.

El constructor contemporáneo emplea su necesidad de producir como la excusa perfecta para estudiar. Un estudio es un lugar de estudio.

El constructor contemporáneo conversa constantemente con la historia. Sin memoria, sus innovaciones se vuelven mera novedad. La historia otorga a su crecimiento una dirección. Pero como su memoria nunca es perfecta, cada recuerdo resulta una imagen compuesta o degradada de una situación o momento anterior. De este modo, cada recuerdo le resulta siempre nuevo, una construcción parcial y diferente de su origen, y, como tal, con potencial para su propio crecimiento.

El constructor contemporáneo sabe que casi todo objeto algún día puede volverse ocasionalmente importante, entiende la ventaja de poseer una reserva general de verdades “extras”, o de ideas que serían verdaderas en situaciones meramente posibles.

El constructor contemporáneo almacena esas verdades extra en su memoria, y con el excedente llena sus libros de consulta. Cuando una de esas verdades extra se vuelve prácticamente relevante para algunas de sus emergencias, sale de su conservación en frío y pasa a actuar en el mundo, y su creencia en ella se torna activa.

El constructor contemporáneo reconoce las técnicas de la experiencia humana cotidiana, ve lo que quiere ver y no lo que lo obligan a ver. Entiende cada episodio cotidiano como la ocasión para una posible explosión instantánea de belleza. Se regodea con lo próximo.

El constructor contemporáneo fabrica nuevas palabras, expande constantemente su léxico. Sostiene que las nuevas circunstancias requieren una nueva manera de pensar, que requerirá a su vez nuevas formas de expresión. Su manera de expresarse genera nuevas circunstancias.

El constructor contemporáneo se sube a los hombros de otros. Llega mucho más lejos aupado por los logros de los que lo precedieron y las vistas son mucho mejores.

El constructor contemporáneo muchas veces imita, no es tímido. Intenta acercarse tanto como puede al original porque sabe que nunca lo conseguirá del todo y que la diferencia será francamente notable. Nos recuerda lo subestimada, desacreditada y fructífera que resulta la imitación como técnica.

El constructor contemporáneo mantiene una relación parasitaria con sus precursores. Pero como es conciente que solo podrá dar a luz una pequeña parte de sí mismo, confía en la benevolencia de todos aquellos extraños que lo encuentren en el futuro.

El constructor contemporáneo combina pereza y ambición en un agradable equilibrio que conduce, con frecuencia, a resultados felices. Sostiene que la pereza, uno de los siete pecados capitales, es una de las conductas más útiles para el hombre.

El constructor contemporáneo convierte las teorías en instrumentos para afirmarse, y no en respuestas a enigmas. No se recuesta en ellas, se mueve hacia delante y, en ocasiones, rehace la naturaleza con su ayuda.

El constructor contemporáneo flexibiliza todas nuestras teorías, las desentumece y las pone a funcionar a cada una.

El constructor contemporáneo no quiere tener una posición definida, pero sabe sacar fuerzas de su debilidad teórica. Como su postura es laxa, es difícil atacarle, pero como no se sabe exactamente qué sostiene, también es imposible ponerse bajo su bandera.

El constructor contemporáneo propone tan sólo una forma de tomarse las cosas (una insistencia en lo concreto, quizás), así que no es fácil que se convierta en un sustituto de aquello contra lo que lucha.

Esta descripción está fabricada con textos, argumentos y deshechos de otros constructores contemporáneos.

[Texto. en sitio Adamo-Faiden por Sebastián Adamo / Marcelo Faiden] [sitio. adamo-faiden]