The Wall / Gordon Matta-Clark


This newly assembled work is a rare document of a 1976 Matta-Clark performance in Berlin. The piece begins with the following statement: "In 1976, as part of the Akademie der Kunst and Berliner Festwochen exhibition 'Soho in Berlin,' Gordon Matta-Clark went to Germany with the intention of blowing up a section of the Berlin Wall. Dissuaded by friends from such a suicidal action, the result was the following performance." The film records Matta-Clark as he stencils 'Made in America' on the Wall, affixes commercial advertisements over graffiti, and has a run-in with the police. A remarkable record of a little-known Matta-Clark performance, this work is also a historical time capsule of a political and physical landscape that no longer exists.

[texto. UBU web]
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Eggcident / Henk Hofstra




[sitio. Henk Hofstra]
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Especies de Espacios / Georges Perec

El objeto de este libro no es exactamente el vacío, sino más bien lo que hay alrededor, o dentro. Pero, en fin, al principio, no hay gran cosa: la nada, lo impalpable, lo prácticamente inmaterial: la extensión, lo exterior, lo que es exterior a nosotros, aquello en medio de lo cual nos desplazamos, el medio ambiente, el espacio del entorno.

El espacio. No tanto los espacios infinitos, aquellos cuyo mutismo, a fuerza de prolongarse, acaban provocando algo que parece miedo, ni siquiera los ya casi domesticados espacios interplanetarios, intersiderales o intergalácticos, sino espacios mucho más próximos, al menos en principio: las ciudades, por ejemplo, o los campos, o los pasillos del metropolitano, o un jardín público.

Vivimos en el espacio, en estos espacios, en estas ciudades, en estos campos, en estos pasillos, en estos jardines. Parece evidente. Quizá debería ser efectivamente evidente. Pero no es evidente, no cae por su peso. Es real, evidentemente, y en consecuencia es verosímilmente racional. Se puede tocar. Incluso se puede uno abandonar a los sueños. Nada, por ejemplo, nos impide concebir cosas que no serían ni las ciudades ni los campos (ni las afueras); o los pasillos del metropolitano que serían al mismo tiempo los jardines. Nada tampoco nos impide imaginar un metro en pleno campo (he visto ya incluso publicidad sobre este tema pero –¿cómo decir?– era una campaña publicitaria). Lo que es seguro en todo caso, es que en una época, sin duda demasiado lejana como para que alguien de nosotros haya guardado un recuerdo suficientemente preciso, no había nada de esto: ni pasillos, ni jardines, ni ciudades, ni campos. El problema no es tanto el de saber cómo hemos llegado, sino simplemente reconocer que hemos llegado, que estamos aquí: no hay un espacio, un bello espacio, un bello espacio alrededor, un bello espacio alrededor de nosotros, hay cantidad de pequeños trozos de espacios, y uno de esos trozos es pasillo de metropolitano, y otro de esos trozos es un jardín público; otro (aquí entramos rápidamente en espacios mucho más particularizados), de talla más bien modesta en su origen, ha conseguido dimensiones colosales y ha terminado siendo París, mientras que un espacio vecino, no menos dotado en principio, se ha contentado con ser Pontoise. Otro más, mucho más grande y vagamente hexagonal, ha sido rodeado de una línea de puntos (innumerables acontecimientos, algunos de ellos particularmente graves, han tenido su única razón de ser en el trazado de esta línea de puntos) y se decidió que todo lo que se encontraba dentro de la línea de puntos estaría pintado de violeta y se llamaría Francia, mientras que todo lo que se encontraba fuera de la línea de puntos estaría pintado de un color diferente (pero fuera de dicho hexágono no se tendía a colorear de un modo uniforme: tal trozo de espacio quería su propio color y tal otro quería uno distinto, de ahí el famoso problema topológico de los cuatro colores, todavía sin resolver en nuestros días) y se llamaría de otra manera (de hecho, durante no pocos años, se ha insistido mucho en pintar de violeta –al mismo tiempo que se les llamaba Francia– trozos de espacio que no pertenecían al susodicho hexágono, e incluso a menudo estaban muy lejos, pero en general no se han consolidado demasiado).

En resumidas cuentas, los espacios se han multiplicado, fragmentado y diversificado. Los hay de todos los tamaños y especies, para todos los usos y para todas las funciones. Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse.

[texto. Georges Perec, prólogo de Especies de Espacios] [descarga. Especies de Espacios]
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Double Steel Cage Piece / Bruce Nauman


Born in 1941 in Fort Wayne, Indiana, Bruce Nauman studied mathematics and physics at the University of Wisconsin before receiving an MFA from the University of California at Davis in 1966. By the late 60s Nauman had earned a reputation as a conceptual pioneer in the field of sculpture and his works were included in the groundbreaking exhibitions, Nine at Castelli (1968) and Anti-Illusion (1969). He began working in film with Robert Nelson and William Allen while teaching at the San Francisco Art Institute. He produced his first videotapes in 1968, describing the transition from film to video thus: "With the films I would work over an idea until there was something that I wanted to do, then I would rent the equipment for a day or two. So I was more likely to have a specific idea of what I wanted to do. With the videotapes, I had the equipment in the studio for almost a year; I could make test tapes and look at them, watch myself on the monitor or have somebody else there to help. Lots of times I would do a whole performance or tape a whole hour and then change it. I don't think I would ever edit but I would redo the whole thing if I didn't like it." Using his body to explore the limits of everday situations, Nauman explored video as a theatrical stage and a surveillance device within an installation context, influenced by the experimental work of Merce Cunningham, Meredith Monk, La Monte Young, Steve Reich, and Phillip Glass. 

[instalación. Bruce Nauman]
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Retórica de la imagen / Roland Barthes


Según una etimología antigua, la palabra imagen debería relacionarse con la raíz de imitari. Henos aquí de inmediato frente al problema más grave que pueda plantearse a la semiología de las imágenes: ¿puede acaso la representación analógica (la) producir verdaderos sistemas de signos y no sólo simples aglutinaciones de símbolos? ¿Puede concebirse un analógico, y no meramente digital? Sabemos que los lingüísticos consideran ajena al lenguaje toda comunicación por analogía, desde el de las abejas hasta el por gestos, puestos que esas comunicaciones no poseen una doble articulación, es decir, que no se basan como los fonemas, en una combinación de unidades digitales. Los lingüistas no son los únicos en poner en duda la naturaleza lingüista de la imagen. En cierta medida, también la opinión corriente considera a la imagen como un lugar de resistencia al sentido, en nombre de una cierta idea mítica de la Vida: la imagen es representación, es decir, en definitiva, resurrección, y dentro de esta concepción, lo inteligible resulta antipático a lo vivido. De este modo, por ambos lados se siente a la analogía como un sentido pobre: para unos, la imagen es un sistema muy rudimentario con respecto a la lengua, y para otros, la significación no puede agotar la riqueza inefable de la imagen.

Ahora bien, aún cuando la imagen sea hasta cierto punto límite de sentido (y sobre todo por ello), ella nos permite volver a una verdadera ontología de la significación. ¿De qué modo la imagen adquiere sentido? ¿Dónde termina el sentido? y si termina, ¿qué hay más allá? Tal lo que quisiéramos plantear aquí, sometiendo la imagen a un análisis espectral de los mensajes que pueda contener. Nos daremos al principio una facilidad considerable: no estudiaremos más que la imagen publicitaria. ¿Por qué? Porque en publicidad la significación de la imagen es sin duda intencional: lo que configura a priori los significados del mensaje publicitario son ciertos atributos del producto, y estos significados deben ser transmitidos con la mayor claridad posible; si la imagen contiene signos, estamos pues seguros que en publicidad esos signos están llenos, formados con vistas a la mejor lectura posible: la imagen publicitaria es franca, o, al menos, enfática.


Los tres mensajes

He aquí una propaganda Panzani: saliendo de una red entreabierta, paquetes de fideos, una caja de conservas, un sachet, tomates, cebollas, ajíes, un hongo, en tonalidades amarillas y verdes fondo rojo. [1] Tratemos de esperar los diferentes mensajes que puede contener.
La imagen entrega de inmediato un primer mensaje cuya sustancia es lingüística; sus soportes son la leyenda, marginal, y las etiquetas insertadas en la naturalidad de la escena, como en ; el código del cual está tomado este mensaje no es otro que el de la lengua francesa; para ser descifrado no exige más conocimientos que el de la escritura y del francés. Pero en realidad, este mismo mensaje puede a su vez descomponerse, pues el signo Panzani no transmite solamente el nombre de la firma, sino también, por su asonancia, un significado suplementario, que es, si se quiere, la ; el mensaje lingüístico es por lo tanto doble (al menos en esta imagen); de denotación y de connotación; sin embargo, como no hay aquí más que un solo signo típico [2] , a saber, el del lenguaje articulado (escrito), no contaremos más que un solo mensaje.

Si hacemos a un lado el mensaje lingüístico, que da la imagen pura (aún cuando las etiquetas forman parte de ella, a título anecdótico). Esta imagen revela de inmediato una serie de signos discontinuos. He aquí, en primer término el orden es indiferente pues estos signos no son lineales) la idea de que se trata, en la escena representada, del regreso del mercado. Este significado implica a su vez dos valores eufóricos: el de la frescura de los productos y el de la preparación puramente casera a que están destinados. Su significante es la red entreabierta que deja escapar, como al descuido, las provisiones sobre la mesa. Para leer este primer signo es suficiente un saber que de algún modo está implantado en los usos de una civilización muy vasta, en la cual se opone al aprovisionamiento expeditivo (conservas, heladeras, eléctricas) de una civilización más. Hay un segundo signo casi tan evidente como el anterior; su significante es la reunión del tomate, del ají y de la tonalidad tricolor (amarillo, verde, rojo) del afiche. Su significado es Italia, o más bien la italianidad; este signo está en una relación de redundancia con el signo connotado del mensaje lingüístico (la asonancia italiana del nombre Panzani). El saber movilizado por ese signo es ya más particular: es un saber específicamente (los italianos no podrían percibir la connotación del nombre propio, ni probablemente tampoco la italianidad del tomate y del ají), fundado en un conocimiento de ciertos estereotipos turísticos. Si se sigue explorando la imagen (lo que no quiere decir que no sea completamente clara de entrada), se descubren sin dificultad por lo menos otros dos signos. En uno, el conglomerado de diferentes objetos transmite la idea de un servicio culinario total, como si por una parte Panzani proveyese de todo lo necesario para la preparación de un plato compuesto, y como si por otra, la salsa de tomate de la lata igualase los productos naturales que la rodean, ya que en cierto modo la escena hace de puente entre el origen de los productos y su estado último. En el otro signo, la composición, que evoca el recuerdo de tantas representaciones pictóricas de alimentos, remite a un significado estético: es la , o, como mejor lo expresan otras lenguas, el. [3] El saber necesario es en este caso fuertemente cultural. Podría sugerirse que a estos cuatro signos se agrega una última información: la que nos dice, precisamente, que se trata de una imagen publicitaria, y que proviene, al mismo tiempo, del lugar de la imagen en la revista y de la insistencia de las etiquetas Panzani (sin hablar de la leyenda). Pero esta última información es extensiva a la escena; en la medida en que la naturaleza publicitaria de la imagen es puramente funcional, escapa de algún modo a la significación: proferir algo no quiere decir necesariamente yo hablo, salvo en los sistemas deliberadamente reflexivos como la literatura.

He aquí, pues, para esta imagen, cuatros signos que consideraremos como formando un conjunto coherente, pues todos son discontinuos, exigen un saber generalmente cultural y remiten a significados globales (por ejemplo la italianidad), penetrados de valores eufóricos. Advertiremos pues, después del mensaje lingüístico, un segundo mensaje de naturaleza icónica. quivalencia (propia de los verdaderos sistemas de signos) y posición de una cuasi-identidad. En otras palabras, el signo de este mensaje no proviene de un depósito institucional, no está codificado, y nos encontramos así frente a la paradoja (que examinaremos más adelante) de un mensaje sin código. [4] Esta particularidad aparece también al nivel del saber requerido para la lectura del mensaje: para 
Si nuestra lectura es correcta, la fotografía analizada nos propone entonces tres mensajes: un mensaje lingüístico, un mensaje icónico codificado y un mensaje icónico no codificado. El mensaje lingüístico puede separarse fácilmente de los otros dos; pero ¿hasta qué punto tenemos derecho de distinguir uno de otro los dos mensajes que poseen la misma sustancia (icónica)? Es cierto que la distinción de los dos mensajes no se opera espontáneamente a nivel de la lectura corriente: el espectador de la imagen recibe al mismo tiempo el mensaje perceptivo y el mensaje cultural, y veremos más adelante que esta confusión de lectura corresponde a la función de la imagen de masa (de la cual nos ocupamos aquí). La distinción tiene, sin embargo, una validez operatoria, análoga a la que permite distinguir en el signo lingüístico un significante y un significado, aunque de hecho nunca nadie pueda separar la de su sentido, salvo que se recurra al metalenguaje de una definición: si la distinción permite describir la estructura de la imagen de modo coherente y simple y si la descripción así orientada prepara una explicación del papel de la imagen en la sociedad, entonces la consideramos justificada. Es preciso pues, volver a examinar cada tipo de mensaje para explorarlo en su generalidad, sin perder de vista que tratamos de comprender la estructura de la imagen en su conjunto, es decir, la relación final de los tres mensajes entre sí. Sin embargo, ya que no se trata de un análisis sino de una descripción estructural [5], modificaremos ligeramente el orden de los mensajes, invirtiendo el mensaje cultural y el mensaje literal. De los dos mensajes icónicos, el primero está de algún modo impreso sobre el segundo: el mensaje literal aparece como el soporte del mensaje . Ahora bien, sabemos que un sistema que se hace cargo de los signos de otros sistemas para convertirlos en sus significantes, es un sistema de connotación. [6] Diremos pues de inmediato que la imagen literal es denotada, y la imagen simbólica connotada. De este modo, estudiaremos sucesivamente el mensaje lingüístico, la imagen denotada y la imagen connotada.


El mensaje lingüístico

¿Es constante el mensaje lingüístico? ¿Hay siempre un texto en una imagen o debajo o alrededor de ella? Para encontrar imágenes sin palabras, es necesario sin duda, remontarse a sociedades parcialmente analfabetas, es decir a una suerte de estado pictográfico de la imagen. De hecho, a partir de la aparición del libro, la relación entre el texto y la imagen es frecuente; esta relación parece haber sido poco estudiada desde el punto de vista estructural. ¿Cuál es la estructura significante de la? ¿Duplica la imagen ciertas informaciones del texto, por un fenómeno de redundancia, o bien es el texto el que agrega una información inédita? El problema podría plantearse históricamente con relación a la época clásica, que tuvo una verdadera pasión por los libros ilustrados (en el siglo XVIII no podía concebirse que las Fábulas de La Fontaine no tuviesen ilustraciones), y durante la cual algunos autores como el P. Ménestrier se plantearon el problema de las relaciones entre la figura y lo discursivo. [7] Actualmente, a nivel de las comunicaciones de masas, parece evidente que el mensaje lingüístico esté presente en todas las imágenes: como título, como leyenda, como artículo de prensa, como diálogo de película, como fumetto. Vemos entonces que no es muy apropiado hablar de una civilización de la imagen: somos todavía, y más que nunca, una civilización de la escritura [8], porque la escritura y la palabra son siempre términos completos de la estructura informacional. De hecho, sólo cuenta la presencia del mensaje lingüístico, pues ni su ubicación ni su longitud parecen pertinentes (un texto largo puede no contener más que un significado global, gracias a la connotación, y es este significado el que precisamente está relacionado con la imagen). ¿Cuáles son las funciones del mensaje lingüístico respecto del mensaje icónico (doble)? Aparentemente dos: de anclaje y de relevo (relais).

Como lo veremos de inmediato con mayor claridad, toda imagen es polisémica; implica, subyacente a sus significantes, una de significados, entre los cuales el lector puede elegir algunos e ignorar los otros. La polisemia da lugar a una interrogación sobre el sentido, que aparece siempre como una disfunción, aún cuando la sociedad recupere esta disfunción bajo forma de juego trágico (Dios mudo no permite elegir entre los signos) o poético (el -pánico- de los antiguos griegos). Aún en el cine, las imágenes traumáticas están ligadas a una incertidumbre (a una inquietud) acerca del sentido de los objetos o de las actitudes. Por tal motivo, en toda sociedad se desarrollan técnicas diversas destinadas a fijar la cadena flotante de los significados, de modo de combatir el terror de los signos inciertos: el mensaje lingüístico es una de esas técnicas. A nivel del mensaje literal, la palabra responde de manera, más o menos directa, más o menos parcial, a la pregunta: ¿qué es? Ayuda a identificar pura y simplemente los elementos de la escena y la escena misma: se trata de una descripción denotada de la imagen (descripción a menudo parcial), o, según la terminología de Hjelmslev, de una operación (opuesta a la connotación. [9] La función denominativa corresponde pues, a un anclaje de todos los sentidos posibles (denotados) del objeto, mediante el empleo de una nomenclatura. Ante un plato (publicidad Amieux) puedo vacilar en identificar las formas y los volúmenes; la leyenda () me ayuda a elegir el nivel de percepción adecuado; me permite acomodar no sólo mi mirada sino también mi intelección. A nivel del mensaje , el mensaje lingüístico guía no ya la identificación, sin la interpretación, constituye una suerte de tenaza que impide que los sentidos connotados proliferen hacia regionales demasiado individuales (es decir que limite el poder proyectivo de la imagen) o bien hacia valores disfóricos. Una propaganda (conservas d'Arcy) presenta algunas frutas diseminadas alrededor de una escalera; la leyenda () aleja un significado posible (parsimonia, pobreza de la cosecha), porque sería desagradable, y orienta en cambio la lectura hacia un significado halagüeño (carácter natural y personal de las frutas del huerto privado). La leyenda actúa aquí como un contra-tabú, combate el mito poco grato de lo artificial, relacionado por lo común con las conservas. Es evidente, además, que en publicidad el anclaje puede ser ideológico, y esta es incluso, sin duda, su función principal: el texto guía al lector entre los significados de la imagen, le hace evitar algunos y recibir otros, y a través de un dispatching a menudo sutil, lo teleguía hacia un sentido elegido con antelación. En todos los casos de anclaje, el lenguaje tiene evidentemente una función de elucidación, pero esta elucidación es selectiva. Se trata de un metalenguaje aplicado no a la totalidad del mensaje icónico, sino tan sólo a algunos de sus signos. El signo es verdaderamente el derecho de control del creador (y por lo tanto de la sociedad) sobre la imagen: el anclaje es un control; frente al poder proyectivo de las figuras, tiene una responsabilidad sobre el empleo del mensaje. Con respecto a la libertad de los significados de la imagen, el texto tiene un valor regresivo [10], y se comprende que sea a ese nivel que se ubiquen principalmente la moral y la ideología de una sociedad.

El anclaje es la función más frecuente del mensaje lingüístico; aparece por lo general en la fotografía de prensa y en publicidad. La función de relevo es menos frecuente (por lo menos en lo referente a la imagen fija); se la encuentra principalmente en los dibujos humorísticos y en las historietas. Aquí la palabra (casi siempre un trozo de diálogo) y la imagen están en una relación complementaria. Las palabras, al igual que las imágenes, son entonces fragmentos de un sintagma más general, y la unidad del mensaje se cumple en un nivel superior: el de la historia, de la anécdota, de la diégesis (lo que confirma en efecto que la diégesis debe ser tratada como un sistema autónomo). [11] Poco frecuente en la imagen fija, esta palabra -relevo- se vuelve muy importante en el cine, donde el diálogo no tiene una simple función de elucidación, sino que, al disponer en la secuencia de mensajes, sentidos que no se encuentran en la imagen, hace avanzar la acción en forma efectiva. Las dos funciones del mensaje lingüístico pueden evidentemente coexistir en un mismo conjunto icónico, pero el predominio de una u otra no es por cierto indiferente a la economía general de la obra. Cuando la palabra tiene un valor diegético de relevo, la información es más costosa, puesto que requiere el aprendizaje de un código digital (la lengua); cuando tiene un valor sustitutivo (de anclaje, de control), la imagen es quien posee la carga informativa, y, como la imagen es analógica, la información es en cierta medida más. En algunas historietas, destinadas a una lectura, la diégesis está confiada principalmente a la palabra ya que la imagen recoge las informaciones atributivas, de orden paradigmático (el carácter estereotipado de los personajes). Se hacen coincidir entonces el mensaje costosos y el mensaje discursivo, de modo de evitar al lector impaciente el aburrimiento de las verbales, confiadas en este caso a la imagen, es decir a un sistema menos .


La imagen denotada.

Hemos visto que en la imagen propiamente dicha, la distinción entre el mensaje literal y el mensaje simbólico era operatoria. No se encuentra nunca (al menos en publicidad) una imagen literal en estado puro. Aún cuando fuera posible configurar una imagen enteramente, esta se uniría de inmediato al signo de la ingenuidad y se completaría con un tercer mensaje, simbólico. Las características del mensaje literal no pueden ser entonces sustanciales, sino tan sólo relacionales. En primer lugar es, si se quiere, un mensaje privativo, constituido por lo que queda en la imagen cuando se borran (mentalmente) los signos de connotación (no sería posible suprimirlos realmente, pues pueden impregnar toda la imagen, como en el caso de la ); este estado privativo corresponde naturalmente a una plenitud de virtualidades : se trata de una ausencia de sentido llena de todos los sentidos; es también (y esto no contradice aquello) un mensaje suficiente, pues tiene por lo menos un sentido a nivel de la identificación de la escena representada; la letra de la imagen corresponde en suma al primer nivel de lo inteligible (más acá de este grado, el lector no percibiría más que líneas, formas y colores), pero esta inteligibilidad sigue siendo virtual en razón de su pobreza misma, pues cualquier persona proveniente de una sociedad real cuenta siempre con un saber superior al saber antropológico y percibe más que la letra; privativo y suficiente a la vez, se comprende que en una perspectiva estética el mensaje denotado pueda aparecer como una suerte de estado adánico de la imagen. Despojada utópicamente de sus connotaciones, la imagen se volvería radicalmente objetiva, es decir, en resumidas cuentas, inocente. Este carácter utópico de la denotación resulta considerablemente reforzado por la paradoja ya enunciada, que hace que la fotografía (en su estado literal), en razón de su naturaleza absolutamente analógica, constituya aparentemente un mensaje sin código. Sin embargo, es preciso especificar aquí el análisis estructural de la imagen, pues de todas las imágenes sólo la fotografía tiene el poder de transmitir la información (literal) sin formarla con la ayuda de signos discontinuos y reglas de transformación. Es necesario pues, oponer la fotografía, mensaje sin código, al dibujo, que, aún cuando sea un mensaje denotado, es un mensaje codificado. El carácter codificado del dibujo aparece en tres niveles: en primer lugar, reproducir mediante el dibujo un objeto o una escena, exige un conjunto de transposiciones reguladas; la copia pictórica no posee una naturaleza propia, y los códigos de transposición son históricos (sobre todo en lo referente a la perspectiva); en segundo lugar, la operación del dibujo (la codificación) exige de inmediato una cierta división entre lo significante y lo insignificante: el dibujo no reproduce todo, sino a menudo, muy pocas cosas, sin dejar por ello de ser un mensaje fuerte. La fotografía, por el contrario, puede elegir su tema, su marco y su ángulo, pero no puede intervenir en el interior del objeto (salvo en caso de trucos fotográficos). En otras palabras, la denotación del dibujo es menos pura que la denotación fotográfica, pues no hay nunca dibujo sin estilo. Finalmente, como en todos los códigos, el dibujo exige un aprendizaje (Saussure atribuía una gran importancia a este hecho semiológico). ¿La codificación del mensaje denotado tiene consecuencias sobre el mensaje connotado? Es evidente que al establecer una cierta discontinuidad en la imagen, la codificación de la letra prepara y facilita la connotación: la de un dibujo ya es una connotación; pero al mismo tiempo, en la medida en que el dibujo exhibe su codificación, la relación entre los dos mensajes resulta profundamente modificada; ya no se trata de la relación entre una naturaleza y una cultura (como en el caso de la fotografía), sino de la relación entre dos culturas: la del dibujo no es la de la fotografía.

En efecto, en la fotografía -al menos a nivel del mensaje literal-, la relación entre los significados y los significantes no es de sino de, y la falta de código refuerza evidentemente el mito de la fotográfica: la escena está ahí, captada mecánicamente, pero no humanamente (lo mecánico es en este caso garantía de objetividad); las intervenciones del hombre en la fotografía (encuadre, distancia, luz, flou, textura) pertenecen por entero al plano de la connotación. Es como si el punto de partida (incluso utópico) fuese una fotografía bruta (de frente y nítida), sobre la cual el hombre dispondría, gracias a ciertas técnicas, los signos provenientes del código cultural. Aparentemente, sólo la oposición del código cultural y del no-código natural pueden dar cuenta del carácter específico de la fotografía y permitir evaluar la revolución antropológica que ella representa en la historia del hombre, pues el tipo de conciencia que implica no tiene precedentes. La fotografía instala, en efecto, no ya una conciencia del estar-allí de la cosa (que cualquier copia podría provocar, sino una conciencia del haber estado allí. Se trata de una nueva categoría del espacio-tiempo: local inmediata y temporal anterior; en la fotografía se produce una conjunción ilógica entre el aquí y el antes. Es pues, a nivel de este mensaje denotado, o mensaje sin código, que se puede comprender plenamente la irrealidad real de la fotografía; su irrealidad es la del aquí, pues la fotografía no se vive nunca como ilusión, no es en absoluto una presencia; será entonces necesario hablar con menos entusiasmo del carácter mágico de la imagen fotográfica. Su realidad es la del haber-estado-allí, pues en toda fotografía existe la evidencia siempre sorprendente del: aquello sucedió así:: poseemos pues, milagro precioso, una realidad de la cual estamos a cubierto. Esta suerte de ponderación temporal (haber-estado-allí) disminuye probablemente el poder proyectivo de la imagen (muy pocos tests psicológicos recurren a la fotografía, muchos al dibujo): el aquello fue denota al soy yo. Si estas observaciones poseen algún grado de exactitud, habría que relacionar la fotografía con una pura conciencia espectatorial, y no con la conciencia ficcional, más proyectiva, más , de la cual, en términos generales, dependería el cine. De este modo, sería lícito ver entre el cine y la fotografía, no ya una simple diferencia de grado sino una oposición radical: el cine no sería fotografía animada; en él, el haber-estado-allí desaparecería en favor de un estar-allí de la cosa. Esto explicaría el hecho de que pueda existir una historia del cine, sin verdadera ruptura con las artes anteriores de la ficción, en tanto que, en cierta medida, la fotografía escaparía a la historia (pese a la evolución de las técnicas y a las ambiciones del arte fotográfico) y representaría un hecho antropológico , totalmente nuevo y definitivamente insuperable; por primera vez en su historia la humanidad estaría frente a mensajes sin código; la fotografía no sería pues, el último término (mejorado) de la gran familia de las imágenes, sino que correspondería a una mutación capital de las economías de información.

En la medida en que no implica ningún código (como en el caso de la fotografía publicitaria), la imagen denotada desempeña en la estructura general del mensaje icónico un papel particular que podemos empezar a definir (volveremos sobre este asunto cuando hayamos hablado del tercer mensaje): la imagen denotada naturaliza el mensaje simbólico, vuelve inocente el artificio semántico, muy denso (principalmente en publicidad), de la connotación. Si bien el afiche Panzani está lleno de símbolos, subsiste en la fotografía una suerte de estar-allí natural de los objetos, en la medida en que el mensaje literal es suficiente: la naturaleza parece producir espontáneamente la escena representada; la simple validez de los sistemas abiertamente semánticos es reemplazada subrepticiamente por una seudo verdad: la ausencia de código desintelectualiza el mensaje porque parece proporcionar un fundamento natural a los signos de la cultura. Esta es sin duda una paradoja histórica importante: cuanto más la técnica desarrolla la difusión de las informaciones (y principalmente de las imágenes), tanto mayor es el número de medios que brinda para enmascarar el sentido construido bajo la apariencia del sentido dado.


Retórica de la imagen.

Hemos visto que los signos del tercer mensaje (mensaje , cultural o connotado) eran discontinuos; aún cuando el significante parece extenderse a toda la imagen, no deja de ser un signo separado de los otros: la posee un significado estético; se asemeja en esto a la entonación que, aunque suprasegmental, es un significante aislado del lenguaje. Estamos pues, frente a un sistema norma, cuyos signos provienen de un código cultural (aún cuando la relación de los elementos del signo parezca ser más o menos analógica). Lo que constituye la originalidad del sistema, es que el número de lecturas de una misma lexia (de una misma imagen) varía según los individuos: en la publicidad Panzani, anteriormente analizada, hemos señalado cuatro signos de connotación: es probable que existan otros (la red puede significar, por ejemplo, la pesca milagrosa, la abundancia, etc.). Sin embargo, la variación de las lecturas no es anárquica, depende de los diferentes saberes contenidos en la imagen (saber práctico, nacional, cultural, estético), y estos saberes pueden clasificarse, constituir una tipología. Es como si la imagen fuese leída por varios hombres, y esos hombres pueden muy bien coexistir en un solo individuo: una misma lexia moviliza léxicos diferentes. ¿Qué es un léxico? Es una porción del plano simbólico (del lenguaje) que corresponde a un conjunto de prácticas y de técnicas [12]; este es, en efecto, el caso de las diferentes lecturas de la imagen: cada signo corresponde a un conjunto de : turismo, actividades domésticas, conocimiento del arte, algunas de las cuales pueden evidentemente faltar a nivel individual. En un mismo hombre hay una pluralidad y una coexistencia de léxicos: el número y la identidad de estos léxicos forman de algún modo el idiolecto de cada uno. [13] La imagen, en su connotación, estaría entonces constituida por una arquitectura de signos provenientes de léxicos (de idiolectos), ubicados en distintos niveles de profundidad. Si, como se piensa actualmente, la psique misma está articulada como un lenguaje, cada léxico, por que sea, está codificado. O mejor aún, cuanto más se en la profundidad psíquica de un individuo, tanto mayor es la rarificación de los signos y mayor también la posibilidad de clasificarlos: ¿hay acaso algo más sistemático que las lecturas del Rorschach? La variabilidad de las lecturas no puede entonces amenazar la de la imagen, si se admite que esta lengua está compuesta de idiolectos, léxicos o sub-códigos: así como el hombre se articula hasta el fondo de sí mismo en lenguajes distintos, del sentido atraviesa por entero la imagen. La lengua de la imagen no es sólo el conjunto de palabras emitidas (por ejemplo a nivel del que combina los signos o crea el mensaje), sino que es también el conjunto de palabras recibidas: [14] la lengua debe incluir las del sentido.

Otra dificultad relacionada con el análisis de la connotación, consiste en que a la particularidad de sus significados no corresponde un lenguaje analítico particular. ¿Cómo denominar los significados de connotación? Para uno de ellos, hemos adelantado el término de italianidad, pero los otros no pueden ser designados más que por vocablos provenientes del lenguaje corriente (preparación-culinaria, naturaleza-muerta, abundancia): el metalenguaje que debe hacerse cargo de ellos en el momento del análisis no es especial. Esto constituye una dificultad, pues estos significados tienen una naturaleza semántica particular; como sema de connotación, no recubre exactamente en el sentido denotado; el significante de connotación (en este caso la profusión y la condensación de los productos) es algo así como la cifra esencial de todas las abundancias posibles, o mejor dicho, de la idea más pura de la abundancia. Por el contrario, la palabra denotada no remite nunca a una esencia, pues está siempre encerrada en que un habla contingente, un sintagma continuo (el del discurso verbal), orientado hacia una cierta transitividad práctica del lenguaje. El sema , por el contrario, es un concepto en estado puro, separado de todo sintagma, privado de todo contexto; corresponde a una suerte de estado teatral del sentido, o, mejor dicho (puesto que se trata de un signo sin sintagma), a un sentido expuesto. Para expresar estos semas de connotación, sería preciso utilizar un metalenguaje particular. Hemos adelantado italianidad; son precisamente barbarismos de este tipo lo que con mayor exactitud podrían dar cuenta de los significados de connotación, pues el sufijo -tas (indoeuropeo -tà) servía para formar, a partir del adjetivo, un sustantivo abstracto: la italianidad no es Italia, es la esencia condensada de todo lo que puede ser italiano, de los spaghetti a la pintura. Si se aceptase regular artificialmente -y en caso necesario de modo bárbaro- la denominación de los semas de connotación, se facilitaría en análisis de su forma. [15] Estos semas se organizan evidentemente en campos asociativos, en articulaciones paradigmáticas, quizás incluso en oposiciones, según ciertos recorridos, o como dice A. J. Greimas, según ciertos ejes sémicos: [16] italianidad pertenece a un cierto eje de las nacionalidades, junto a la francesidad, la germanidad o la hispanidad. La reconstrucción de esos ejes -que por otra parte pueden más adelante oponerse entre sí- no será sin duda posible antes de haber realizado un inventario masivo de los sistemas de connotación, no sólo del de la imagen sino también de los de otras sustancias, pues si bien es cierto que la connotación posee significantes típicos según las sustancias utilizadas (imagen, palabras, objetos, comportamientos), pone todos sus significados en común: encontraremos siempre los mismos significados en el periodismo, la imagen o el gesto del actor (motivo por el cual la semiología no es concebible más que en un marco por así decirlo total). Este campo común de los significados de connotación, es el de la ideología, que no podría ser sino única para una sociedad y una historia dadas, cualesquiera sean los significantes de connotación a los cuales recurra.

A la ideología general corresponden, en efecto, significantes de connotación que se especifican según la sustancia elegida. Llamaremos connotadores a estos significantes, y retórica al conjunto de connotadores: la retórica aparece así como la parte significante de la ideología. Las retóricas varían fatalmente por su sustancia (en un caso el sonido articulado, en otro la imagen, el gesto, etc.), pero no necesariamente por su forma. Es incluso probable que exista una sola forma retórica, común por ejemplo al sueño, a la literatura y a la imagen. [17] De este modo la retórica de la imagen (es decir la clasificación de sus connotadores) es específica en la medida en que está sometida a las exigencias físicas de la visión (diferentes de las exigencias fonatorias, por ejemplo), pero general en la medida en que las no son más que relaciones formales de elementos. Si bien esta retórica no puede constituirse más que a partir de un inventario bastante vasto, puede, sin embargo, preverse desde ahora que encontraremos en ella algunas de las figuras ya señaladas por los antiguos y los clásicos. [18] De este modo el tomate significa la italianidad por metonimia; por otra parte, de la secuencia de tres escenas (café en grano, café en polvo, café saboreado) se desprende por simple yuxtaposición una cierta relación lógica comparable al asíndeton. En efecto, es probable que entre la metábolas (o figuras de sustitución de un significante por otro [19], la que proporcione a la imagen el mayor número de sus connotadores sea la metonimia; y entre las parataxis (o figuras del sintagma), la que domine sea el asíndeton.
Sin embargo, lo más importante -al menos por ahora- no es hacer el inventario de los connotadores, sino comprender que en la imagen total ellos constituyen rasgos discontinuos, o mejor dicho, erráticos. Los connotadores no llenan toda la lexia, su lectura no la agota. En otras palabras (y esto sería una proposición válida para la semiología en general), todos los elementos de la lexia no pueden ser transformados en connotadores, subsiste siempre en el discurso una cierta denotación, sin la cual el discurso no sería posible. Esto nos lleva nuevamente al mensaje 2, o imagen denotada. En la propaganda Panzani, las legumbres mediterráneas, el color, la composición, y hasta la profusión, surgen como bloques erráticos, al mismo tiempo aislados e insertados en una escena general que tiene su espacio propio y, como lo hemos visto, su : están en un sintagma que no es el suyo y que es el de la denotación. Es esta una proposición importante, pues nos permite fundamentar (retroactivamente) la distinción estructural entre el mensaje 2 ó del mensaje 3 ó simbólico, y precisar la función naturalizante de la denotación respecto de la connotación; sabemos ahora que lo que el sistema del mensaje connotado es el sintagma del mensaje denotado. En otros términos: la connotación no es más que sistema, no puede definirse más que en términos de paradigma; la denotación icónica no es más que sintagma, asocia elementos sin sistema; los connotadores discontinuos están relacionados, actualizados, a través del sintagma de la denotación.

Notas

(1) La descripción de la fotografía está hecha aquí con toda prudencia, pues ya constituye un metalenguaje. Remitimos al lector a la fotografía que se reproduce junto a este artículo.
(2) Llamaremos signo típico al signo de un sistema, en la medida en que está suficientemente definido por su sustancia: el signo verbal, el signo icónico, el signo gestual son otros tantos signos típicos.
(3) En francés, la expresión se refiere a la presencia original de objetos fúnebres, tales como un cráneo, en ciertos cuadros.
(4) Cf. , incluído en este volumen, p. 115.
(5) El análisis es una enumeración de elementos;la descripción estructural quiere captar la relación de estos elementos en virtud del principio de solidaridad de los términos de una estructura: si un término cambia, cambian también los otros.
(6) Elementos..., pág. 62 de este volumen.
(7) El arte de los emblemas, 1684.
(8) La imagen sin palabra se encuentra sin duda, pero a título paradójico, en algunos dibujos humorísticos; la ausencia de palabra recubre siempre una intención enigmática.
(9) Elementos..., IV, págs. 64-65 de este volúmen.
(10) Esto se ve bien en el caso paradójico en que la imagen está construida, según el texto, y en el cual, por consiguiente, el control parecería inútil. Una propaganda que quiere dar a entender que en tal café el aroma es del producto en polvo, y que por consiguiente se lo encontrará intacto en el momento de comenzar a utilizar el producto, hace figurar por encima del texto un paquete de café rodeado de una cadena y un candado. en este caso la metáfora lingüística () está tomada al pie de la letra (procedimiento poético muy corriente); pero en realidad, lo que primero se lee es la imagen, y el texto que la ha formado se convierte en la simple selección de un significado entre otros: la represión aparece en el circuito bajo la forma de una trivialización del mensaje.
(11) Cf. más arriba el artículo de Claude Bremond.
(12) Cf.A. J. Greimas,
(13) Elementos..., pág. 22 de este volumen.
(14) Desde el punto de vista saussuariano el habla es sobre todo lo que se emite, tomándolo de la lengua (y que a su vez la constituye). Hoy en día, es necesario ampliar la noción de lengua, sobre todo desde el punto de vista semántico: la lengua es de los mensajes emitidos y recibidos.
(15) Forma, en el sentido preciso que le da Hielmslev (cf. Elementos..., p. 62), como organización funcional de los elementos entre sí.
(16) A. J. Greimas, Cours de Sèmantique, 1964, fascículos mimeografiados por el École Normale supérieure de Saint-Cloud.
(17) Cf. E. Benveniste: , en La Psychanalyse, 1, 1956, págs. 3-16.
(18) La retórica clásica deberá ser repensada en términos estructurales (tal el objetivo de un trabajo en preparación): entonces será tal vez posible establecer una retórica general o lingüística de los significantes de connotación, válida para el sonido articulado, la imagen, el gesto, etc.
(19) Preferiremos eludir aquí la oposición de Jakobson entre la metáfora y la metonimia, pues si por su origen la metonimia es una figura de la contigüidad, no por eso deja finalmente de funcionar como un sustituto del significante, es decir, como una metáfora.

[texto. Roland Barthes]
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My Architect / Nathaniel Kahn




When the ultimate monument isn’t a building

Louis Kahn, the subject of a brilliant film portrait by his son, Nathaniel Kahn, is the ghost at the banquet that architecture has become since his death in 1974. As the movie makes clear, Louis would have made a bad banquetmaster. He was too dedicated to mastering architecture. That left little room for the aesthetic jollies in
which today's designers take such splashy delight.
Titled "My Architect," this wonder of a movie should put a stop to the notion that architecture is a less creative form of practice than music, painting, literature or dance. I have never seen or read a more penetrating account of the inner life of an architect  — or of architecture itself — than that presented in this movie.
The depth it achieves owes much to the filmmaker's search for his own psyche. Nathaniel was 11 years old when Louis died. His father's buildings become the medium through which the son discovers his own identity. The result is a personal reflection on the continuity buildings offer society at large.
The film starts off bleakly, with Nathaniel recounting the circumstances of his father's death, by heart attack, at the age of 73. He collapsed in the men's room at Penn Station in New York. Lacking proper identification, his body was sent to the city morgue, where it lay unclaimed for three days. Kahn was bankrupt but by no means forgotten: no American architect of that period was more highly esteemed. The discrepancy between Kahn's professional achievements and his disordered personal life is one of the movie's central themes.
It emerges that Kahn's life was nearly as complicated as Frank Lloyd Wright's. Married to one woman, he sustained three families. Members of the trio didn't meet until Kahn's funeral. It is hard to imagine that
such a menagerie could exist in the Philadelphia of those years, or even today. There are limits to brotherly love. Born out of wedlock, the grown-up Nathaniel must retroactively create the family in which he finds a legitimate place. That is this picture's story.
In the mid-1960's, I was acquainted with one of Louis Kahn's children. I never knew what all the grown-up whispering was about; just that there were whispers, and that they weren't about architecture.
In any case, I didn't discover Kahn's work until 1965,when I moved into quarters that looked right onto the Richards Medical Research Building at the University of Pennsylvania (1960), the first building that brought Kahn international renown.It was like living next door to somebody famous. Of course, in the Philadelphia of those years, fame was more scandalous than sex.
"My Architect" is very much a Philadelphia story, in terms of urban as well as moral climate. Kahn's work matured in the postwar decades of "white flight," the suburban middle class exodus that hit cities nationwide. The erosion of downtown Philadelphia was particularly painful, however, because the city had long prided itself on its relative stability. Also, Philadelphia had two giants in the fields of architecture and city planning: Kahn and the legendary Ed Bacon, the Daniel Burnham of postwar American planning.
Feisty as ever at 92, the lovably cantankerous Mr. Bacon puts in an appearance here, one of several cameos by the senior statesmen of American urbanism. In his scene, Mr. Bacon is challenged to defend Kahn's exclusion from the planning of postwar Philadelphia. Mr. Bacon accuses Kahn of myopia: his focus on the individual work of genius blinds him to regional needs.
The point is well taken. Still, many in the Philadelphia region may now regret the local scarcity of Kahn's architecture. In the age of "archi-tourism," substantial buildings are among the cultural draws that cities increasingly rely on to shore up their shrinking economic bases.
While the film remains tightly focused on the father, Nathaniel is a constant presence on its margins. Art imitates life. The irony of this is surely deliberate. Legally, Nathaniel was a bastard. Psychologically, his father was worse than that. Yet the movie does not adopt a judgmental attitude, except perhaps toward the mores of the times.
There may be great male architects who have managed to successfully organize conventional private lives. In my observation, talented people are drawn to this highly social art precisely because they are truly comfortable only with inanimate objects and abstract ideas. This doesn't excuse Kahn's behavior. It does suggest, however, that those who are drawn into the orbit of such figures are not necessarily victims, or victims solely.
Women got many raw deals within the monogamous conventions of the 1950's and 60's. How do you compare the development of an inner life to the socially sanctioned denial that such a thing exists? "My Architect" lets the ambiguities speak for themselves.
There is a lovely scene near the beginning of the film. Nathaniel is shown Rollerblading in the great courtyard of the Salk Institute for Biological Studies in La Jolla, Calif. Completed in 1965, the institute is a masterwork of 20th-century architecture, usually approached on bended knee. The cinematography gives us that sense of reverence, then partly undermines it as Nathaniel traces serpentines within the courtyard's immaculate void. The moment comes across as a desire for freedom, from the void of an absent father, a memory that must have been crushing at times.
It's a Post-Modernist we see skating down there, a surrogate for all the architects, like Philip Johnson, who had to break out of Kahn's solemnity in order to breathe. Robert A. M. Stern, in his cameo performance, warns against putting Kahn on a pedestal. But isn't it the architects of Mr. Stern's generation and temperament, with their desire for commercial success, who ended up keeping Kahn up there?
In addition to the Salk Institute, the movie's grand tour of Kahn's buildings includes the library at Phillips Exeter Academy (1972) in Exeter, N.H., the Kimbell Art Museum in Fort Worth (1972) and the Yale Center for British Art (1974) in New Haven. Finally, Nathaniel visits the great complex of government buildings his father designed for the capital of Bangladesh (1983). Here, far from the context of technological civilization, Nathaniel gains the feeling that he has rejoined hisfather at last.
The release of this film is perfectly timed. Today, many architects are seeking to convey the emotional qualities Kahn captured. Frank Gehry, in his star turn, speaks for them. It's become customary to trace this emphasis back to Aldo Rossi and the explicitly sentimental dimension he explored in his writings and designs. "My Architect" makes a good case that Kahn was the primary pivot away from the cool rationality of modern thought toward the contemporary search for subjective truth.

[texto. Herbert Muschamp] [descarga. My Architect]
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Generic City / Rem Koolhaas

1.Introducción

1.1. ¿Es la ciudad contemporánea como un aeropuerto contemporáneo-"todo lo mismo"? ¿Es posible teorizar sobre esta convergencia?.Y si es posible, ¿a qué configuración última aspira? La convergencia sólo es posible al precio de despojarse de la identidad. Algo que normalmente se considera una pérdida.
Pero a la escala a la que ocurre, debe significar algo.¿Cuales son las desventajas de la identidad, e inversamente, cuales son las ventajas de su ausencia? ¿Qué ocurriría si esta aparentemente accidental -y usualmente bienvenida- homogeneización fuera un proceso intencionado, un movimiento consciente desde la diferencia hacia la similitud? ¿Qué ocurriría si fuéramos testigos de un movimiento global de liberación: "¡abajo con lo característico!"? ¿Qué quedará cuando se sustraiga la identidad? ¿Lo genérico?

1.2. Se ha extendido que la identidad deriva de la sustancia física, de lo histórico, del contexto, de lo real, no podemos imaginar que algo contemporáneo-hecho por nosotros-contribuya a ello. Pero el hecho es que el
exponencial crecimiento humano implica que el pasado, en algún momento, se quedará demasiado pequeño para ser habitado y compartido por los que lo viven. Nosotros mismos lo estamos extenuando. Por extensión la historia encuentra su depósito en la arquitectura, las actuales cifras de población inevitablemente explosionarán y agotarán la sustancia previa. La identidad concebida como esta forma de compartir el pasado es un concepto perdido: no solo hay -en un modelo de continua expansión demográfica- proporcionalmente cada vez menos que compartir, sino que la historia también tiene su lado odioso- y cuanto más abusivo, más insignificante- hasta el punto en que su disminuido reparto se convierte en algo insultante. Este pensamiento se ve exacerbado por el constante incremento de masas de turistas, una avalancha que, en una perpetua búsqueda de "carácter", machaca identidades fantásticas hasta convertirlas en basura sin sentido.
1.3. La identidad es como una ratonera en la que cada vez más y más ratones tienen que compartir el cebo original, que inspeccionado de cerca, puede llevar vacío siglos. La identidad mientras más fuerte, más acorralada, más se resiste a la expansión, la interpretación, la renovación o la contradicción. La identidad
se convierte en un faro fijo, predeterminado: puede cambiar su posición o el mensaje que emite sólo a costa de desestabilizar la navegación. (Paris sólo puede ser mas parisina -está de hecho en el camino de convertirse en un Hiper-Paris, una caricatura pulida. Hay excepciones: Londres -cuya única identidad es la carencia de una clara identidad- está convirtiéndose perpetuamente en menos Londres, más abierto, menos estático).
1.4. La identidad centraliza; insiste en una esencia. Su tragedia se produce en simples términos geométricos. Al mismo tiempo que la esfera de influencia se expande, el área caracterizada como centro se convierte en más y más grande, diluyendo desesperanzadoramente la fuerza y la autoridad de su corazón; inevitablemente la distancia entre el centro y la circunferencia aumenta hasta el punto de ruptura. Desde esta perspectiva el reciente, aunque tardío, descubrimiento de la periferia como una zona de valor potencial –una suerte de
condición pre-histórica que por fin se valora, despertando la atención arquitectónica- no es más que una insistencia disfrazada en la prioritaria dependencia del centro: sin centro, no hay periferia; el interés por aquel
compensa presumiblemente el vacío de ésta. Conceptualmente huérfana, la condición de la periferia empeora por el hecho de que su madre sigue viva, robándole protagonismo, enfatizando su repudiada descendencia. Las últimas señales emitidas por su exhausto centro impiden la lectura de la periferia como
una masa crítica. El centro por definición no sólo es demasiado pequeño para desarrollar las obligaciones que tiene asignadas, sino que tampoco seguirá siendo el centro real, es un espejismo camino de su implosión; de hecho su ilusoria presencia niega su legitimidad al resto de la ciudad. (Manhattan denigra como "gente de puente y túnel" a aquellos que necesitan de un soporte infraestructural para acceder a la ciudad, y les hace pagar por ello.) La persistencia de la actual obsesión concéntrica nos convierte a todos en "gente
de puente y túnel", ciudadanos de segunda clase en nuestra civilización, desacreditados por la estúpida coincidencia de nuestro exilio colectivo del centro.
1.5. En nuestra programación concéntrica (el autor pasó parte de su juventud en Amsterdam, el colmo de la centralidad) la insistencia en el centro como corazón que alberga todo el valor y el sentido, fuente de todo significado, es doblemente destructiva -no sólo porque el volumen siempre creciente de dependencias provoca una tensión intolerable, sino también porque significa que el centro ha de ser constantemente "mantenido", es decir, modernizado.
Como "el lugar más importante" tiene que ser paradójicamente, al mismo tiempo lo más antiguo y lo más nuevo, lo mas fijo y lo más dinámico; se somete a la más intensa y constante adaptación, que luego se ve comprometida y complicada por el hecho de que debe ser una transformación silenciosa, invisible a simple vista. (La ciudad de Zurich ha encontrado la solución más radical y costosa al transformarse en cierta clase de arqueología inversa: bajo el centro se construyen nuevas capas de modernidad -centros comerciales,
aparcamientos, bancos, cámaras acorazadas, laboratorios. El centro ya no se expande hacia el exterior o hacia el cielo, sino hacia el propio centro de la tierra.) Desde la inserción de arterias de tráfico más o menos discretas, circunvalaciones, túneles subterráneos, la construcción de cada vez más tangencialidades, a la rutinaria transformación de viviendas en oficinas, almacenes en lofts, iglesias abandonadas en nightclubs, de las bancarrotas en serie y las subsiguientes reaperturas en recintos comerciales cada vez más caros, a la incesante conversión de espacio útil en espacio "público", peatonalización, la creación de nuevos parques, implantando, conectando, exponiendo, la sistemática restauración de mediocridad histórica, toda
autenticidad es cruelmente eliminada.
1.6. La Ciudad Genérica es la ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad. La Ciudad Genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia: no es sino el reflejo de las necesidades y aptitudes del presente. Es la ciudad sin historia. Es suficientemente grande para todos. Es fácil. No necesita mantenimiento. Si se vuelve muy pequeña simplemente se expande. Si se vuelve vieja simplemente se autodestruye y renueva. Es igualmente excitante -o no- en cualquier sitio. Es "superficial" –
como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana-.

2. Estadísticas

2.1. La Ciudad Genérica ha crecido dramáticamente en las últimas décadas. No sólo ha crecido su tamaño, sino también su número. En los primeros setenta estaba habitada por una media oficial de 2,5 millones de residentes (y unos 500.000 no oficiales); ahora se aproxima a los 15 millones.
2.2. ¿Empezó la Ciudad Genérica en América? ¿Es tan profundamente desarraigada que solo puede ser importada? En cualquier caso, la Ciudad Genérica ahora también existe en Asia, Europa, Australia y Africa. El definitivo traslado desde el campo, de la agricultura a la ciudad, no es un traslado a la ciudad como la conocemos.
2.3. Algunos continentes, como Asia, aspiran a la Ciudad Genérica; otras se avergüenzan de ella. Debido a que tiende hacia los trópicos convergiendo en el Ecuador -una alta proporción de las Ciudades Genéricas es asiática- aparece una contradicción en sus propios términos: la inescrutable ocupación que nos es tan familiar. Algún día será absolutamente exótico de nuevo, este descartado producto de la civilización occidental, a través de la resemantización que su amplia diseminización lleva tras de sí...
2.4. Algunas veces, una ciudad antigua y singular, como Barcelona, acaba convirtiéndose en genérica por simplificar en exceso su identidad. Se convierte en transparente, como un logo. Lo contrario nunca ocurre... por lo menos hasta ahora.

3. General

3.1. La Ciudad Genérica es lo que queda detrás de grandes secciones de vida urbana cruzadas con el ciberespacio. Es un lugar de sensaciones distendidas y débiles, pequeñas y lejos de las emociones, discretas y misteriosas como un gran espacio iluminado por una lámpara de mesita de noche. Comparada con la ciudad clásica, la Ciudad Genérica esta sedada, usualmente apreciada desde una percepción sedentaria. En lugar de concentración –presencia simultanea- en la Ciudad Genérica los "momentos" individuales se distancian para crear un trance de experiencias estéticas casi desconocidas: las variaciones de color en la iluminación fluorescente de un edificio de oficinas justo antes del crepúsculo, la sutileza de los blancos ligeramente distintos de un anuncio iluminado de noche. Como la comida japonesa, las sensaciones pueden ser reconstruidas e intensificadas en la mente, o no -pueden ser simplemente ignoradas-. (Hay una elección). Esta persuasiva falta de premura e insistencia actúa como una potente droga; provoca alucinaciones.
3.2. En una drástica inversión de la supuestamente mayor característica de la ciudad -"el negocio"-, la sensación dominante de la ciudad genérica es una espeluznante calma: contra más calmada, más se aproxima a su estado puro.
La Ciudad Genérica alberga las maldades que estaban adscritas a la ciudad tradicional antes de que nuestro amor por ella fuera incondicional. La serenidad de la Ciudad Genérica se consigue con la eliminación del reino de lo público, como en un taladro de emergencia. El nivel urbano ahora solo acomoda movimientos necesarios, fundamentalmente en coche; las autovías son una versión superior de los bulevares y las plazas, invadiendo cada vez más espacio; su diseño, que aparentemente aboga por la eficiencia del automóvil,
es de hecho sorprendentemente sensual, un simulado utilitarismo que entra en el dominio del espacio llano. Lo nuevo de la maquina en el reino de lo público es que no puede ser dimensionada. Los mismos ( digamos diez millas) trechos de camino producen un vasto número de experiencias completamente diferentes: pueden durar cinco o cuarenta minutos; pueden ser compartidos con casi nadie o con toda la población; pueden producir el placer absoluto, velocidad sin adulterar-de manera que la sensación de la Ciudad Genérica
puede intensificarse o al menos densificarse- o momentos de obstrucción completamente claustrofóbico- momento en los que la delgadez de la Ciudad Genérica es más evidente-.
3.3. La Ciudad Genérica es fractálica, una repetición sin fin del mismo módulo estructural; es posible reconstruirlo desde sus entidades más pequeñas, un ordenador personal, puede que incluso un disquete.
3.4. Los campos de golf son todo lo que queda de lo otro.
3.5. La Ciudad Genérica tiene números de teléfono fáciles, no como los que obligaban a ejercicios de memoria en la ciudad tradicional, sino versiones más sofisticadas, en las que por ejemplo, los números centrales son siempre iguales.
3.6. Su principal atractivo es su falta de reglas.

4. Aeropuerto

4.1. Como manifestaciones de recentísima centralidad, los aeropuertos están ahora entre los elementos más singulares y característicos de la Ciudad Genérica, su más fuerte vehículo de diferenciación. Tienen que albergar todas las experiencias urbanas particulares de una persona media. Como en la demostración de un perfume intenso, fotomurales, vegetación, las costumbres locales, dan una primera ráfaga de la identidad local ( a veces también la última). Lejos, confortable, exótico, polar, regional, oriental, rústico, nuevo, incluso "sin descubrir": estos son los registros emocionales solicitados. Con esta carga conceptual, los aeropuertos se convierten en signos emblemáticos impresos en el inconsciente global colectivo, con salvajes manipulaciones de sus atractores no aéreos- tiendas sin impuestos, espectaculares calidades espaciales, la frecuencia y fiabilidad de sus conexiones con otros aeropuertos.
En términos de iconografía/interpretación, el aeropuerto es un concentrado de lo hiperlocal y lo hiperglobal, -hiperglobal en el sentido de que puedes obtener mercancías que no están disponibles ni en la ciudad, hiperlocal en el sentido de que puedes obtener objetos que no puedes obtener en ningún otro sitio-.
4.2. La tendencia en la percepción de los aeropuertos es hacia una autonomía cada vez mayor: a veces no están relacionados prácticamente con la Ciudad Genérica específica en la que se implantan. Aumentando de tamaño continuamente, dotados cada vez con más equipamientos no relacionados con viajar, están en vías de remplazar a la ciudad. Estar "en tránsito" se va convirtiendo en una condición universal. Todos juntos,-los aeropuertos están poblados por millones de habitantes- suman la mayor fuerza de trabajo diaria. Por lo acabado de sus equipamientos parecen como cuarteles de la Ciudad Genérica, con el interés añadido de ser sistemas herméticos sin escape posible,-excepto a otro aeropuerto-.
4.3. La fecha/edad de la Ciudad Genérica puede ser reconstruida mediante un vistazo a la geometría del aeropuerto. Planta hexagonal ( en ocasiones pentagonal u octogonal): los sesenta. Plantas y secciones ortogonales: los setenta. Ciudad collage: los ochenta. Una sección singular curva, extruída sin fin en una planta lineal: probablemente los noventa. (si la estructura está ramificada como un roble: Alemania).
4.4. Los aeropuertos vienen en dos tamaños: o demasiado grandes o demasiado pequeños. De hecho el tamaño no influye en su interpretación. Esto sugiere que el aspecto más fascinante de todas las infraestructuras es esencialmente su flexibilidad. Calculados con exactitud desde estrictos cómputos-pasajeros por año- se ven invadidos por una infinidad de personas, y sin embargo sobreviven ampliándose hasta su indeterminación.

5. Población

5.1. La Ciudad Genérica es solemnemente multirracial, en porcentajes 8% negra, 12% blanca, 27% hispana, 37% china/asiática, 6% indeterminada, 10% otras. No solo multirracial, sino también multicultural. Por eso no es una sorpresa ver templos entre las losas, dragones en los bulevares principales, Budas en el CBD (distrito financiero central).
5.2. La Ciudad Genérica siempre está fundada por gente que está de viaje, lista para circular. Esto explica lo insustancial de sus cimientos. Como las escamas que se forman de repente en un liquido transparente al mezclar dos sustancias químicas, que incluso se depositan en una indeterminada cantidad en el fondo, la colisión o confluencia de dos migraciones- emigrantes cubanos hacia el norte y jubilados judíos al sur, por ejemplo, ambos últimamente en viaje hacia otro lugar- establecen un acuerdo, como caído del cielo. La Ciudad Genérica ha nacido.

6. Urbanismo

6.1. La originalidad de la Ciudad Genérica reside sencillamente en su rechazo a lo que no funciona –lo que ha sobrevivido a su uso- haciendo pedazos el idealismo a golpes de realismo aceptando lo que crezca en su lugar. En ese sentido, la Ciudad Genérica alberga tanto lo primordial como lo futurista- de hecho solo estas dos cosas-. La Ciudad Genérica es todo lo que recuerda qué solía ser la ciudad. La Ciudad Genérica es la pos-ciudad que está siendo preparada en el lugar de la ex –ciudad.
6.2. La Ciudad Genérica está atrapada, no por una sobredemanda en el campo de lo público –progresivamente envilecido en un largo y sorprendente proceso sistemático en el que el Foro romano es al Agora griega, lo que el centro comercial a la Calle Mayor- sino por lo residual. En el modelo original de los
modernos, lo residual era simplemente verde, su controlada pulcritud era una afirmación moral cargada de buenas intenciones, en una asociación descorazonadora. En la Ciudad Genérica, debido a que la pátina de su Civilización es tan delgada, y a través de su inmanente tropicalidad, lo vegetal se transforma en un residuo edénico, en el principal portador de su identidad: un híbrido de política y paisaje. Al mismo tiempo es el refugio para lo ilegal, lo incontrolable, y sujeto a una manipulación sin fin. Representa un triunfo simultaneo de la manicura y de lo primitivo. Su inmoral exuberancia compensa otras carencias de la Ciudad Genérica. Totalmente inorgánico, lo orgánico es el mayor mito de la Ciudad Genérica.
6.3. La Calle ha muerto. Este descubrimiento ha coincidido con un frenético intento por resucitarla. El arte público está en todas partes –como si dos muertes produjeran una vida-. La Peatonalización- intentando protegerlasimplemente canaliza el flujo de esos condenados a destruir con sus pies el objeto de su intencionada veneración.
6.4. La Ciudad Genérica está en trance de pasar de horizontal a vertical. El rascacielos aparenta ser la tipología final y definitiva. Se ha tragado todo lo demás. Puede existir en cualquier sitio: en un arrozal o en el downtown -ya no tiene la menor importancia-. Las torres ya no se encuentran juntas, se separan
de manera que ya no interactúan. La densidad en soledad es el ideal.
6.5. El Alojamiento no es un problema. Ha sido completamente resuelto o totalmente dejado al azar; en el primer caso es legal, en el segundo "ilegal"; en el primer caso torres, o normalmente manzanas cerradas (la mayoría de 15 metros de profundidad), en el segundo caso (en perfecta complementareidad) una extensa capa de chabolas. Una de las soluciones consume el cielo, la otra el suelo. Es extraño que los que tienen menos dinero habiten el producto más caro y confortable –el suelo-; y aquellos que pagan habiten lo que es gratis -el aire-. En ambos casos, las viviendas demuestran amoldarse muy bien- no sólo lo hace la población que se duplica cada tantos años, con el debilitado apoyo de las diferentes religiones, sino también la reducción de la media de ocupantes por vivienda –a causa de divorcios y otro tipo de fenómenos que
dividen familias- con la misma frecuencia con la que la ciudad duplica su población; al mismo tiempo que los números aumentan, la densidad de la Ciudad Genérica está en perpetua disminución.
6.6. Todas las ciudades genéricas derivan de la Tábula Rasa; si no había nada, ahora están allí; si había algo, ahora lo han remplazado. Deben hacerlo, ya que de otra manera serían históricas.
6.7. El paisaje urbano de la ciudad genérica es normalmente una amalgama de secciones demasiado ordenadas –que datan del principio de su desarrollo, cuando el "poder" aún estaba sin diluir- y crecientes pactos en cualquier otro sitio.
6.8. La Ciudad Genérica es la apoteosis del concepto de opción múltiple: voces cruzadas en una antología de todas las opciones. Normalmente la Ciudad Genérica ha sido "planificada", no en el sentido usual de algun tipo de organización burocrática controlando su desarrollo, sino como si reiteradamente varios gérmenes, o legiones de semillas, cayeran al suelo arbitrariamente igual que en la naturaleza, arraigaran -explotando la fertilidad natural del terreno- y ahora formasen un conjunto: un gen arbitrario que a veces produce sorprendentes resultados.
6.9. El trazado de la ciudad puede que sea indescifrable, defectuoso, pero eso no significa que no haya códigos; se debe simplemente a que nosotros desarrollamos una nueva ignorancia, una nueva ceguera. Un análisis paciente revela los temas, las partículas, trenzas que se pueden aislar de la aparente tristeza de esta oda Wagneriana -sopa: notas dejadas en una pizarra por un genio que nos visitó hace cincuenta años, informes de la ONU esparcidos desintegrándose en su silo de cristal en Manhattan, descubrimientos de
antiguos pensadores coloniales con gran agudeza visual, impredecibles rebotes de las acciones de los adiestrados urbanistas, aunando esfuerzos en un proceso global de maquillaje.
6.10. La mejor definición de la estética de la Ciudad Genérica es el "estilo libre". ¿Cómo describirlo? Imagina un espacio abierto, un claro en el bosque, una ciudad allanada. Hay tres elementos: carreteras, edificios y naturaleza; coexisten mediante relaciones flexibles, aparentemente sin razón, en una espectacular diversidad organizativa. Alguno de los tres podría dominar: a veces la carretera se ha perdido -para ser encontrada después de incomprensibles rodeos-; otras no ves edificios, sólo naturaleza; entonces, igualmente impredecible, acabas rodeado sólo por edificios. En escalofriantes momentos, los tres elementos desaparecen. En esos "lugares" (de hecho, ¿qué es lo opuesto a un lugar? Agujeros taladrados a través del concepto de ciudad) el arte público emerge aseado como el Monstruo del Lago Ness, a partes iguales figurativo y abstracto.
6.11. Las ciudades específicas todavía debaten seriamente los errores de los arquitectos –por ejemplo, sus propuestas de crear redes peatonales elevadas con tentáculos que van de un bloque hasta el de al lado como una solución a la congestión- pero la Ciudad Genérica simplemente disfruta de los beneficios de sus invenciones: muelles, puentes, túneles, autopistas -una enorme proliferación de la parafernalia de la conexión- frecuentemente tapizadas con helechos y flores como para evitar el pecado original, creando una congestión vegetal más severa que una película de ciencia-ficción de los cincuenta.
6.12. Las carreteras son sólo para los coches. La gente (peatones) es conducida (como en un parque de atracciones), por "paseos" que los llevan hasta el suelo, luego son sometidos a un catálogo de condiciones extremas - viento, calor, rampas, frío, interior, exterior, olores, humo- en una secuencia que es una caricatura grotesca de la vida en la ciudad histórica.
6.13. Hay horizontalidad en la Ciudad Genérica, pero está en trance de desaparecer. Consiste tanto en historia Tudor que aún no se ha borrado, como en enclaves que se multiplican alrededor del centro, emblemas de preservación nuevamente acuñados.
6.14. Irónicamente, aunque ella misma sea nueva, la Ciudad Genérica se rodea de una constelación de Nuevas Ciudades: las Nuevas Ciudades son como anillos de crecimiento. De algún modo las Nuevas Ciudades envejecen muy rápidamente, de la misma manera que un niño de cinco años con envejecimiento prematuro, desarrolla artritis en las muñecas por culpa de una enfermedad llamada progeria.
6.15. La Ciudad Genérica representa la muerte definitiva del planeamiento. ¿Por qué? No porque no esté planificada -de hecho enormes universos complementarios de burócratas y desarrollistas encauzan inimaginables corrientes de energía y dinero en su terminación-; por el mismo dinero, sus páramos pueden ser fertilizados con diamantes, sus barrizales pavimentados con lingotes de oro... Pero su más peligroso y estimulante descubrimiento es que el planeamiento no marca la diferencia en cualquier caso. Los edificios
podrán estar bien situados ( una torre junto a una estación de metro) o mal( centros enteros a kilómetros de cualquier carretera). Florecerán o perecerán impredeciblemente. Las redes llegan a estar sobresaturadas,
envejecidas, podridas, obsoletas; las poblaciones se duplican, triplican, cuadruplican, de repente desaparecen. La superficie de la ciudad explota, la economía se acelera, se frena, estalla, colapsa. Como embriones titánicos amamantados por sus nodrizas, ciudades enteras surgen sobre infraestructuras coloniales de las que los opresores perdieron los mapas de ruta. Nadie sabe dónde, cómo, desde cuándo se usan los vertederos, la localización exacta de las líneas de teléfono, cuál fue la razón de la posición del centro, dónde
terminan los ejes monumentales. Es la prueba de que hay infinitos márgenes ocultos, colosales reservas de negligencia, un perpetuo proceso orgánico de ajuste, un modelo de comportamiento; las expectativas cambian con la inteligencia biológica del instinto animal alerta. En esta apoteosis de la opción múltiple no será posible nunca más volver a reconstruir causa y efecto. Funciona -eso es todo-.
6.16. La aspiración de la Ciudad Genérica hacia la tropicalidad implica automáticamente el rechazo a cualquier referencia anacrónica de la ciudad como fortaleza, como ciudadela.

7. Política

7.1.La Ciudad Genérica tiene una( a veces distante) relación con un régimen más o menos autoritario -local o nacional-. Normalmente los compinches del líder -quienquiera que fuese- decidían desarrollar una pieza del centro o de la periferia, o incluso fundar una nueva ciudad en medio de la nada, y provocar así el estallido que ponía la ciudad en el mapa.
7.2. A menudo el régimen ha desarrollado un grado sorprendente de invisibilidad, como si, a través de esa gran permisividad, la Ciudad Genérica resistiera lo dictatorial.

8. Sociología

8.1. Resulta sorprendente que el triunfo de la Ciudad Genérica no haya coincidido con el de la sociología -una disciplina cuyo campo se ha extendido por la Ciudad Genérica desde su imaginario más salvaje. La Ciudad Genérica es sociología, aconteciendo. Cada Ciudad Genérica es un recipiente hermético de laboratorio para cultivos biológicos, o una pizarra de paciencia infinita en la que casi ninguna hipótesis puede ser "probada" y luego borrada, sin retornar a las mentes de sus autores o de la audiencia.
8.2 Claramente hay una proliferación de comunidades -un zapping sociológicoque resiste una interpretación descalificadora. La Ciudad Genérica es también tenazmente resistente a la especulación: prueba que la sociología científica puede ser el peor sistema para capturar sociología en acción. Desacredita juicios preestablecidos. Aporta enormes evidencias por y –hasta en cantidades impresionantes- contra cada hipótesis. En la torre A los pisos conducen al suicidio, en la B a la felicidad de por vida. En la C son vistos como un primer peldaño hacia la emancipación( presumiblemente bajo alguna clase de compulsión invisible, no obstante), en D simplemente como un tránsito. Construido en inimaginables números en K, están siendo explotados en L. La creatividad es inexplicablemente alta en E, inexistente en F. G parece un mosaico étnico, H constantemente a merced del separatismo, si no al borde de una guerra civil. El modelo Y no perdurará por su intromisión en la estructura familiar, pero Z florecerá,una palabra no académica podrá aplicarse siempre a cualquier actividad en la Ciudad Genérica; esa es una de las hipótesis que se han eliminado por adelantado.

9.1. Siempre hay un departamento hipócrita, donde se preserva un mínimo del pasado. Normalmente hay un viejo tren/tranvía o un autobús de dos pisos recorriéndolo, haciendo sonar proféticas campanas -versiones domesticadas del Holandés Errante. Sus cabinas telefónicas son también rojas y transplantadas de Londres, o equipadas con pequeños tejados chinos.
Hipocresía-también llamada Idea nostálgica, Rompeolas, Demasiado Tarde, Calle 42, simplemente el Pueblo, o incluso el metro- en una elaborada y ficticia operación: celebran el pasado como sólo lo puede hacer lo recientemente concebido. Es una máquina.
9.2. La Ciudad Genérica tuvo alguna vez un pasado. Al encuentro de su destino, de una u otra manera se desgajaron grandes trozos, al principio sin lamentos -el pasado era sorprendentemente aséptico, incluso peligrosoentonces, sin previo aviso, el alivio se convirtió en arrepentimiento. Ciertos profetas -pelo blanco y largo, calcetines grises, sandalias- han advertido siempre que el pasado era necesario -un recurso-. Lentamente, la máquina de la destrucción devasta hasta decretar una tregua: algunas cabañas en el pulcro
plano Euclidiano son salvadas, restauradas hasta tener un esplendor que nunca habían tenido.
9.3. A pesar de su ausencia, la historia es la mayor preocupación de la Ciudad Genérica, incluso su industria. En los suelos liberados, alrededor de las cabañas restauradas, todavía se construyen hoteles para recibir a turistas adicionales en proporción directa al borrado del pasado. Su desaparición no tiene influencia en los números, o quizás es sólo precipitación de última hora. El turismo es ahora independiente del destino...
9.4. En vez de memorias específicas, las asociaciones que moviliza la Ciudad Genérica son memorias generales, memorias de memorias: si no todas las memorias al mismo tiempo, al menos una memoria abstracta, tocada, un interminable déjà vu, memoria genérica.
9.5. A pesar de su modesta presencia física ( la construcción hipócrita nunca tiene más de tres plantas: ¿un homenaje a/contra Jane Jacobs?) condensa el pasado entero en un único conjunto. La historia vuelve no como una farsa, sino como un servicio: buhoneros enchaquetados (sombreros graciosos, pechos
descubiertos, velos) que voluntariamente establecen las condiciones ( esclavitud, tiranía, enfermedad, pobreza, colonia)- por las que una vez su nación hizo la guerra para abolirla. Como un virus contumaz, en todo el mundo lo colonial parece la única fuente inagotable de lo auténtico.
9.6. La calle 42: ostensiblemente son los lugares donde el pasado está protegido, son actualmente los lugares donde el pasado ha sufrido más cambios, está más lejos -como visto desde el extremo equivocado de un telescopio- incluso completamente eliminado.
9.7. Sólo el recuerdo de los excesos anteriores es lo suficientemente fuerte como para acusar el golpe bajo. A medida que intentan calentarse con el calor de un volcán extinguido, los lugares más populares (con turistas, y en la Ciudad Genérica incluye a todo el mundo) fueron una vez los asociados más directos
del sexo y el hampa. Los ingenuos invaden las antiguas guaridas de chulos, prostitutas, buscavidas, travestidos, y en menor grado, de artistas. Paradójicamente, al mismo tiempo la autopista de la información permite domiciliar pornografía de camioneros en las salas de estar, como si la experiencia de andar sobre esas brasas de trasgresión y pecado les hiciera sentir especiales, vivos. En una edad en la que no se genera aura, estelas de cohetes. ¿la mayor cercanía al delito será la de caminar sobre esas ascuas? ¿El existencialismo diluido en la intensidad de un agua Perrier?
9.8. Cada Ciudad Genérica tiene un Rompeolas, no necesariamente de agua -puede ser de desierto, por ejemplo- pero al menos un borde donde se encuentra con otra condición, como si una posición de escape cercano fuera la mejor garantía para su disfrute. Aquí los turistas se congregan en manadas alrededor de un grupo de tenderetes. Hordas de buhoneros tratan de venderles aspectos "exclusivos" de la ciudad. Las únicas partes de todas las Ciudades Genéricas juntas han creado un souvenir universal, un híbrido científico entre la Torre Eiffel, Sacre Coeur, y la Estatua de la Libertad: un edificio alto (de entre 200 y 300 metros) ahogado en una pequeña bola de agua con nieve o, si está cerca del Ecuador, copos de oro; diarios con irónicas pastas de cuero; sandalias hippies- incluso si los hippies reales han sido repatriados con celeridad. Los turistas acarician esto -nadie ha presenciado nunca una rebajay entonces se sientan en exóticos comederos próximos al rompeolas: allí degustan toda las gamas de comidas: picante; en principio y a fin de cuentas, quizás sea más fehaciente la indicación de que proviene de cualquier sitio; empanadas: de carne o sintéticas; cruda: atávica costumbre que llegará a ser muy popular en el tercer milenio.
9.9. Las gambas, lo último en aperitivos. A través de la simplificación de la cadena alimenticia -y de las vicisitudes de su preparación- saben a magdalenas inglesas, es decir, a nada.

10. Programa

10.1. Las oficinas siguen allí, de hecho en mayor número que nunca. La gente dice que ya no se necesitan. En cinco o diez años todos trabajaremos en casa. Pero entonces necesitaremos casas mayores, lo suficientemente grandes como para albergar un mitin. Las oficinas tendrán que ser convertidas en hogares.
10.2. La única actividad es comprar. Pero ¿por qué no considerar las compras como algo temporal, provisional? Se avecinan tiempos mejores. Es nuestro propio error -no pensamos en nada mejor que hacer-. Los mismos espacios invadidos por otros programas- librerías, baños, universidades-. Será tremendo,
estaremos impresionados por su grandeza.
10.3. Los hoteles se están convirtiendo en el alojamiento genérico de la Ciudad Genérica, su edificio más común. Antes solía ser la oficina- que al menos implicaba un ir y venir-, asumida la presencia de otros alojamientos en cualquier otro lugar. Los hoteles son ahora contenedores que, en la expansión y en la perfección de sus equipamientos, hacen a casi todos los edificios redundantes. Incluso doblándose como los centros comerciales, son lo más parecido que tenemos a la existencia urbana; el estilo del siglo XXI.
10.4. El hotel ahora implica cautiverio, arresto domiciliario voluntario; no hay otro lugar donde ir que le haga la competencia; vienes y te quedas. Acumulativamente se describe una ciudad de diez millones de habitantes
encerrados en sus habitaciones, una especie de animación marcha atráscargados a reventar.

11. Arquitectura

11.1. Cierra los ojos e imagina una explosión de color beige. En su epicentro salpica el color de unos pliegues vaginales excitados, berenjena metálico-mate, tabaco kaki, calabaza cenicienta; una caravana de testigos nupciales...
11.2. Hay edificios interesantes y aburridos en la Ciudad Genérica, como en todas las ciudades. Todos señalan a Mies van der Rohe como su antecedente: la primera categoría a su torre irregular en Friedrichstadt( 1921), la segunda a las cajas que concibió no mucho después. Esta secuencia es importante:
obviamente, tras una experimentación inicial, Mies perdió el interés, aburriéndose. Lo mejor, sus últimos edificios, capturan el espíritu de sus primeros trabajos -¿depurados, reprimidos?- Como una ausencia, más o menos notable, nunca volvió a proponer proyectos "interesantes". La Ciudad Genérica prueba que estaba equivocado: sus arquitectos más osados han retomado el desafío que Mies abandonó, hasta el punto que ahora es difícil encontrar una caja. Irónicamente, este exuberante homenaje al interesante Mies muestra que "el" Mies estaba equivocado.
11.3. La arquitectura de la Ciudad Genérica es bella por definición. Construida a una increíble velocidad, y concebida a un ritmo aún mas increíble, hay una media de 27 versiones desechadas por cada una realizada-pero esto no es lo realmente significativo. Se elabora en las diez mil oficinas de arquitectura de las que nadie ha oído hablar, cada una de ellas vibrantes y con una fresca inspiración . Presumiblemente más modestos que los de sus colegas más conocidos, estos estudios están vinculados a través de una conciencia colectiva que les indica que hay algo erróneo en la arquitectura, y que sólo mediante sus esfuerzos puede ser rectificado. La fuerza de los números les da una espléndida y reluciente arrogancia. Diseñan sin vacilación. Ensamblan, con mil y una referencias y salvaje precisión, más riqueza de la que un genio pueda reunir nunca. Como media su educación ha costado 30.000 dólares, excluyendo gastos de transporte. Un 23% ha sido prestigiado en las universidades de la American Ivy League, expuestos -admitidos por cortos periodos- a la elite bien remunerada, los profesionales "oficiales". La consecuencia es que una inversión total combinada de 300 billones de dólares ($300.000.000.000) coste estimado de la educación en las escuelas de
arquitectura ($30.000 (como media) x 100 (media de trabajadores por oficina) x 100.000 (numero de oficinas transnacionales)) está trabajando y produciendo Ciudades Genéricas todo el tiempo.
11.4. Los edificios con formas complejas dependen de la industria del muro cortina, o de los cada vez mas efectivos adhesivos y sellantes que convierten cada edificio en una mezcla de camisa de fuerza y cámara de oxigeno. El uso de la silicona -"estamos estirando las fachadas tanto como den de sí"- ha reducido el espesor de todas las fachadas, vidrio pegado a piedra, acero u hormigón, en una impureza de la era espacial. Estos encuentros dan la sensación de rigor intelectual a través de la aplicación libre de compuestos de esperma transparentes que mantienen todo junto más por finalidad que por diseño -el triunfo del pegamento sobre la integridad de los materiales-. Como todo en la Ciudad Genérica, su arquitectura es lo resistente hecho maleable, una plaga no tanto por la aplicación de principios sino por la sistemática
utilización de lo que no está legislado.
11.5. Ya que la Ciudad Genérica es fundamentalmente asiática, su arquitectura está habitualmente acondicionada climáticamente; aquí es donde la paradoja de esta reciente y paradigmática desviación se agudiza (la ciudad ya nunca más significará el máximo desarrollo sino el subdesarrollo de sus fronteras); un
significado brutal por el que el acondicionamiento universal es obtenido miméticamente en el interior de los edificios a pesar de las condiciones climatológicas del exterior -tormentas repentinas, remolinos de aire, ráfagas frías en la cafetería, olas de calor, incluso neblina-; un provincianismo de lo mecánico, abandonado por la materia gris en beneficio de "lo electrónico". ¿Incompetencia o imaginación?
11.6. La ironía es que de esta manera la Ciudad Genérica es aún más subversiva, aún mas ideológica; eleva la mediocridad al máximo rango; es como el "Merzbau" de Kurtz Schwitter a la escala de la ciudad: la Ciudad Genérica es una Merz-city.
11.7. El ángulo que forman las fachadas es el único indicio fiable de genialidad arquitectónica: tres puntos por inclinarse hacia atrás, doce por inclinarse hacia delante, dos de penalización por los retranqueos (demasiado nostálgico).
11.8. La aparente solidez de la sustancia de la Ciudad Genérica es engañosa. El 51% de su volumen es atrio. El atrio es un mecanismo diabólico por su habilidad para justificar lo insustancial. Su nombre romano es una garantía de clase arquitectónica -su origen histórico convierte el tema en inagotable- Reafirma al cavernícola en su implacable provisión de confort metropolitano.
11.9. El atrio es un espacio vacío: los vacíos son los edificios esenciales de la Ciudad Genérica. Paradójicamente, su porosidad asegura su presencia física, el hinchado de su volumen es el único pretexto para su manifestación física. Cuanto más completos y repetitivos son sus interiores, menos se percibe su
repetición de lo esencial.
11.10. El estilo a elegir es el Posmodernismo, y siempre será así. El Posmodernismo es el único movimiento que ha tenido éxito al conectar la práctica arquitectónica con la práctica del terror. El Posmodernismo no es una doctrina basada en la lectura altamente civilizada de la historia de la arquitectura, sino un método, una mutación en la arquitectura profesional que produce resultados lo suficientemente rápidos como para mantener el ritmo que exige el desarrollo de la Ciudad Genérica. En lugar de conciencia, como sus
inventores originales esperaban, creó una nueva inconsciencia. Es una pequeña ayuda para la modernización. Cualquiera puede hacerlo -un rascacielos basado en una pagoda y/o en un pueblo de las colinas toscanas-.
11.11. Toda resistencia al Posmodernismo en antidemocrática. Crea un sigiloso envoltorio alrededor de la arquitectura que lo hace irresistible, como un regalo navideño de la beneficencia.
11.12.¿Hay alguna conexión entre el predominio de los espejos en la Ciudad Genérica -¿es para celebrar la nada con su multiplicación o es un desesperado esfuerzo para capturar las esencias en su proceso de evaporación?- y los presentes que, desde hace siglos, suponían ser los regalos mas efectivos para los salvajes?
11.13. Máximo Gorky habla en relación a Coney Island como de un "aburrimiento variado". Claramente piensa en el término como en un oxímoron. La variedad no puede ser aburrida. Pero la continua variedad de la Ciudad Genérica al menos nos ayuda a percibir la variedad como algo habitual: banalizada, en una inversión de expectativas, su repetición se ha convertido en anormal, y por tanto, potencialmente atrevida, estimulante. Pero eso será en el siglo XXI.

12. Geografía

12.1. La Ciudad Genérica tiene generalmente un clima más cálido; está camino del sur -hacía el Ecuador- lejos de la confusión que produjo el norte en el último milenio. Es un concepto en estado de migración. Su último destino es ser tropical -mejor clima, gente guapa-. Está habitada por aquellos a los que no les gusta estar en otro lugar.
12.2. En la Ciudad Genérica, la gente no solo es mas atractiva que sus semejantes, sino que se supone que tienen aún mejor temperamento, menos obsesionada con el trabajo, menos hostil, más amable. En otras palabras, es la prueba de que hay una conexión entre arquitectura y comportamiento, que la ciudad puede hacer mejores personas incluso a través de métodos sin identificar.
12.3. Una de las características mas potentes de la Ciudad Genérica es la estabilidad de su clima -no hay estaciones, predicen tiempo soleado- aunque todos los informes meteorológicos se nos presentan en términos de cambio inminente y probable empeoramiento: nubes en Karachi. Desde la ética y la religión el tema del destino se ha elevado hasta el inexplicable dominio de lo meteorológico. El mal tiempo parece ser la única ansiedad que se cierne sobre la Ciudad Genérica.

13. Identidad

13.1 Hay una calculada redundancia en la iconografía que adopta la Ciudad Genérica. Si está frente al mar, los símbolos marinos están distribuidos por todo su territorio. Si es un puerto, los barcos y las grúas también aparecerán muy tierra adentro. (De todos modos enseñar los propios contenedores no tendría sentido: no puedes particularizar lo genérico a través de lo Genérico) Si es Asiático, entonces delicadas (sensuales, inescrutables) mujeres aparecerán en elásticas poses, sugiriendo (religiosa y sexualmente) la sumisión en
cualquier sitio. Si tiene montañas, cada folleto, menú, ticket, anuncio, insistirá en el monte, como si sólo una tautología sin costura fuera conveniente. Su identidad es como un mantra.

14. Historia

14.1. Lamentar la ausencia de historia es un reflejo aburrido. Supone un consenso no escrito por el que la presencia de historia es deseable.¿Pero quien dice que este sea el caso? Una ciudad es un plano habitado de la manera mas eficiente por gentes y procesos, y en la mayoría de los casos, la presencia de la historia lastra su realización...
14.2 Actualmente la historia obstruye la pura explotación de sus valores teóricos como ausencia.
14.3. A través de la historia de la humanidad -para escribir un capitulo aparte the American Way- las ciudades han crecido mediante un proceso de consolidación. Los cambios se hacen sobre la marcha. Las cosas se improvisan. Las culturas florecen, decaen, reviven, desaparecen, son saqueadas, invadidas, humilladas, violadas, triunfan, renacen, tienen edades de oro, caen de repente silenciosamente -todo en el mismo sitio-. Por eso la Arqueología es una profesión de excavadores: muestra capa tras capa de
civilizaciones (por ejemplo, la ciudad). La Ciudad Genérica, como un croquis mal elaborado, no está mejorada sino abandonada. La idea de estratificación, intensificación y finalización son desconocidas para ella: no tiene capas. Su próxima capa aparecerá en otro lugar, tal vez en la puerta de al lado -que puede tener el tamaño de un estado- o incluso en algún sitio más, todo junto. El arqueólogo (igual a arqueología más interpretación) del siglo XX necesita innumerables billetes de avión y no una pala.
14.4 Al exportar/expulsar sus mejoras, la Ciudad Genérica perpetúa su propia amnesia (¿su único vinculo con la eternidad?). Su arqueología será por tanto la evidencia del paulatino olvido, el documento de su evaporación. Su genio tiene las manos vacías (no como el emperador sin ropa, sino como el arqueólogo sin
hallazgos, sin ni siquiera un sitio).

15.Infraestructuras

15.1 Las infraestructuras, que mutuamente se reforzaron y totalizaron, se están convirtiendo en más y más competitivas y locales; no pretenden crear conjuntos funcionales sino entidades funcionales revueltas (spin off). En vez de una red y un organismo, la nueva infraestructura crea enclaves y callejones sin salida: el grand récit y lo parasitario no se desvían. (La ciudad de Bangkok ha aprobado planes para tres sistemas de metro aerotransportados que competían para llegar de A hasta B; el más fuerte ganará.)
15.2. La infraestructura ya no es una mayor o menor responsabilidad delegada por una necesidad más o menos urgente, sino un arma estratégica, una predicción: el puerto X no se amplía para servir a la demanda de consumistas frenéticos sino para matar/reducir las oportunidades de que el puerto Y pueda sobrevivir al siglo XXI. En una misma isla, a la metrópolis del sur Z, aún en su infancia, se la dota de un nuevo sistema de metro que haga parecer a la arraigada metrópolis W, torpe, congestionada, un antepasado. La vida en V se
ha suavizado para hacer eventualmente insoportable la vida en U.

16. Cultura

16.1. Sólo cuenta lo redundante.
16.2. En cada huso horario hay al menos tres actuaciones de Cats. El mundo está rodeado por un anillo de Saturno de maullidos.
16.3. La ciudad solía ser el gran escenario de caza sexual. La Ciudad Genérica es como una agencia de citas: encaja eficientemente las provisiones con la demanda. Orgasmo en vez de agonía: hay progreso. Las más obscenas posibilidades (oportunidades) se anuncian en la más limpia tipografía: la helvética (swiss) se ha convertido en pornográfica.

17. End

17.1. Imagina una película de Holywood sobre la Biblia. Una ciudad en alguna parte de la Tierra Prometida. Escena del Mercado: de izquierda a derecha extras caracterizados con harapos de colores, pieles, albornoces de seda, entran en escena gritando, gesticulando, con los ojos vueltos, provocando peleas, riendo, rascándose las barbas, mechones de pelo untados con pegamento, agolpándose hacia el centro de la imagen ondeando palos, puños, volcando butacas, pisoteando animales... La gente grita. ¿Vendiendo
mercancías? ¿Adivinando el futuro? ¿Invocando dioses? Se roban bolsos, los criminales son perseguidos (¿o son ayudados?) por las multitudes. Los curas rezan por la calma. Los niños enloquecen entre la maleza de piernas y albornoces. Los animales ladran. Las estatuas se caen. Las mujeres chillan -¿amenazadas?¿extasiadas?-.La masa batida se hace oceánica. Las olas rompen. Ahora quita el volumen -silencio, un alivio bienvenido- e invierte la película. Los ahora mudos pero aún visibles hombres y mujeres agitados se
tambalean hacia atrás: el observador no sólo ve personas, sino que empieza a notar espacios entre ellos. El centro se vacía: las últimas sombras evacuan el rectángulo del cuadro de la imagen, probablemente lamentándose, pero afortunadamente nosotros no las oímos. El silencio ahora se refuerza por el vacío: la imagen muestra butacas vacías, algunos restos que fueron pisoteados. Auxilio... se acabó. Esa es la historia de la ciudad. La ciudad ya no es. Podemos irnos ya del teatro... 1994.

[texto. Rem Koolhaas en S, M, L, XL] [descarga. Generic City]
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