Durante la expansión económica posterior a la Segunda Guerra Mundial, las buenas intenciones expresadas en la Carta de Atenas se vieron sobrepasadas por la necesidad de proporcionar vivienda de bajo coste al flujo continuo de mano de obra inmigrante. Los conjuntos que se levantaron en este contexto son fruto de políticas voluntaristas que supusieron la ruptura con el tejido existente de la ciudad: sobre un tablero vacío e inconexo se distribuyeron bloques de vivienda salpicados de equipamiento, convirtiendo a estos barrios en piezas segregadas de la trama urbana. La salubridad pretendida inicialmente con los espacios libres entre bloques se vio ensombrecida por la inseguridad de unos vacíos de los que nadie se ocupaba; la escala formidable de algunos proyectos, la repetición de las soluciones constructivas y la estandarización del espacio ayudaron poco a la identificación del individuo con el lugar. A la escasa calidad de los materiales se sumó el nulo mantenimiento, lo que desembocó en una imparable degradación de la construcción. Muchos de estos conjuntos se han convertido en focos de un profundo malestar social y por este motivo están siendo objeto de políticas encaminadas a mejorar la calidad material de la edificación y combatir la segregación social. Así, asistimos a operaciones de inserción de nuevos programas enriquecidos de vivienda en los espacios que el urbanismo moderno dejaba vacío. Otras veces, la mejora de estos entornos se basa en la reparación de la piel exterior de los bloques, la adecuación de confort interior de las viviendas y la puesta en marcha de estrategias encaminadas a mejorar la seguridad. Por último, la reparación del daño provocado por el urbanismo moderno puede llegar a necesitar de la demolición de lo construido, el realojo de los residentes y su sustitución por un tejido residencial compacto, diverso e integrado en la ciudad.
[texto. Aurora Fernández Per, Javier Mozas, Javier Arpa en Density is Home] [sitio. A+T Publishers]