Antes de la ratificación del prtocolo de Kioto en 1997, los gabinetes de estudios económicos dibujaban prometedoras previsiones de crecimiento para los países desarrollados. Y no se equivocaban: entre 1995 y 2008 el PIB mundial creció un 206% (bancomundial.org, 2010).
Las buenas perspectivas, unidas a una conciencia medioambiental apenas incipiente, dieron rienda suelta a la redacción de ambiciosos planes urbanísticos de expansión. Planes como Orestad en Copenhague, Vallecas en Madrid o Lijburg en Amsterdam fueron aprobados simultáneamente (entre 1996-1997). Pese a las diferencias, todos responden a principios comunes de ocupación extensiva del territorio, se olvidaron del espacio público, son prácticamente monofuncionales, se comportan como nuevas ciudades dormitorio y no han sabido integrarse a la ciudad existente. Pero el afán expansivo no se quedó en los grandes ensanches: muchas ciudades, de cualquier tamaño, redactaron planes de crecimiento en base a las buenas proyecciones de beneficio.
Sin embargo, estos planes han servido de excelente marco para la experimentación en vivienda colectiva durante los años transcurridos desde su aprobación. La falta de contexto permitió dar rienda suelta a los ensayos formales, a nuevas escalas, a la innovación tipológica y la experimentación material. Se avanzó en términos de diversidad social y programática, sociabilidad, seguridad e integración y en medidas para la mejora de la eficiencia energética; se dieron grandes pasos en cuanto a participación ciudadana; y mejoró la planificación del espacio público, el privado o comunitario.
[texto. Aurora Fernández Per, Javier Mozas, Javier Arpa en Density is Home] [sitio. A+T Publishers]