Verticalismo. El Futuro de los rascacielos / Iñaki Ábalos, Urtzi Grau


Los arquitectos Modernos asociaron el rascacielos con la organización del trabajo, esto es, con el uso de oficinas. Así, el rascacielos prototípico de la modernidad es la expresión de dicha organización: un sistema optimizado de colocación y conexión de trabajadores que almacenan y distribuyen datos. Esta cosificación de la burocracia, carente de cualquier matiz peyorativo, se materializó en prismas rectilíneos de acero y vidrio, ventilados mecánicamente y organizados en anillos alrededor del núcleo de comunicaciones. Edificios como el Seagram de Nueva York plasmaron definitivamente este concepto. Se trataba de la Modernidad con mayúscula: el triunfo de la organización, la belleza del orden.

En la actualidad, la mayoría de los rascacielos en construcción se encuentra en Asia. Se trata de edificios de viviendas sobre estructuras de hormigón que se ventilan de forma natural. Carentes de cualquier aura de monumentalidad, no son más que productos de consumo, sin excepcionalidades, son lo corriente. Sin querer dramatizar, se puede afirmar que la metrópolis contemporánea está destinada a la densificación, y hasta los alcaldes más reacios empiezan a darse cuenta de la necesidad de familiarizarse con esta herramienta. Por su parte, algunos arquitectos parecen haber sido abducidos por el carácter icónico de estos edificios, como si asistiéramos a la fase terminal, al periodo manierista, de la historia de esta tipología. Nada más lejos de la realidad que se avecina. El Verticalismo, esto es, la concepción del espacio y la ciudad contemporánea en términos verticales, no ha hecho más que comenzar. Somos testigos de un apasionante proceso de transformación. Estamos comenzando a pensar la ciudad desde planteamientos tendentes a sustituir la bidimensionalidad del planeamiento urbanístico por un nuevo verticalismo. El trabajo de nuestra generación de profesionales está plagado de bibliotecas, laboratorios, comercios, universidades, museos, parques y centros deportivos verticales, así como la combinación de estos usos con tipologías de vivienda, hotel y oficina (también conocidos como edificios de usos mixtos), que a veces resultan ser ciudades completas cuya sección viene a ser lo que la planta es para un plano urbanístico. La positiva experiencia del rascacielos moderno, fundamentalmente sustentado por el capital privado, empieza a ser reconsiderada para la esfera pública, al menos como escenario de acuerdos entre lo público y lo privado, dando lugar a nuevas modalidades de gestión urbanística que esbozan el futuro urbanismo. La incorporación de tipologías institucionales y públicas, atrapadas durante años en los contenedores ideados durante el siglo XIX, es reveladora de una adaptación dentro del ámbito institucional. La agrupación de torres idénticas con distintos usos también es una alternativa efectiva y apropiada a las grandes torres de usos mixtos en diferentes contextos. A diferencia del bulevar parisino, la infiltración de pequeñas torres, en una especie de estrategia de acupuntura, permite minimizar la huella construida al tiempo que aumenta su capacidad de transformación. El espacio público que liberan las huellas de pequeño tamaño y la sostenibilidad evidente de la convivencia sinérgica de diferentes usos urbanos a lo largo de su sección son factores que respaldan la creciente aceptación del rascacielos. El espacio público del rascacielos (una mezcla de calles, espacios comerciales y parques que nacieron con Central Park) es uno de los espacios colectivos de más éxito, y está dotado de una increíble capacidad para obtener aceptación universal. Probablemente sea el portador del código genético del espacio público contemporáneo. Este taller consiste en la exploración de las posibilidades que abre al verticalismo y al espacio público en Manhattan la nueva línea T del metro de Nueva York, que se construye en la actualidad bajo la Segunda Avenida. Propuesta por primera vez en 1929, la línea T fue proyectada sucesivamente en 1945, 1947, 1949, 1954 y 1964. Las obras comenzaron en 1970 y fueron abandonadas en 1975. Se espera que los primeros tramos abran en 2014 y esté completamente operativa en 2020. Su trazado conecta la Calle 125 en Harlem con el Bajo Manhattan y reorganiza el transporte público de todo el Este de la isla. La inversión pública requerida por esta infraestructura en tan solo comparable a los beneficios inmobiliarios derivados de la transformación de barrios como East Harlem (el Barrio), Alphabet City y el Lower East Side. Aprovechando este prometedor futuro, se pidió a los estudiantes que imaginasen y proyectasen modelos de desarrollo encaminados a sustituir los omnipresentes bloques de apartamentos por contendores capaces de albergar tipologías residenciales e institucionales. El objetivo es experimentar con diferentes estrategias de verticalidad en Manhattan (supertorre de usos mixtos, agrupación de torres, supermanzana, etc). Los emplazamientos de los proyectos están definidos por las ubicaciones de las estaciones de metro, lugares que tradicionalmente han albergado usos públicos y privados como consecuencia de su intensa utilización. Al menos un 60% del programa será residencial, mientras que el resto estará destinado a una tipología del siglo XIX (bibliotecas, laboratorios, casinos, zoológicos, observatorios, acuarios, asilos, institutos de moda, universidades, museos, parques, equipamientos deportivos, etc).

[texto. Iñaki Ábalos, Urtzi Grau en Revista A+T, serie Hìbridos I. Hìbridos Verticales]