Salutación a Joaquín Torres García / Vicente Huidobro

Nada es tan mezquino como negar a un hombre la talla esencial de su alma. Podemos discutir sobre los problemas del agrado personal, pero no podemos borrar por antojos de cabeza embarazada el significado de una obra que resume la dedicación entusiasta de la vida entera de un hombre de alto espíritu.

Cuando un hombre se entrega todo, sin reservas a sus creaciones, es imposible no admirar, diría más: es bajo, es ruin. Aquí terminan las controversias de los doctos estériles y las disputas de los mercaderes de todos los templos. Cada obra es un chicotazo en el rostro de los maliciosos, de los tibios, de los avaros de cordialidad. La impotencia busca toda clase de argucias para atacar, busca pequeños detalles, busca debilidades, y no sabe que su labor es vana porque el alma del creador viene al mundo con una coraza impenetrable, y es el espectáculo de esa alma en acción lo que más nos apasiona y nos rinde en postura admirativa.

Torres García es una de las medidas más auténticas de la grandeza y la constancia humanas. El es el gran cedro del arte americano. El es el orgullo de una nación pequeña en el espacio, que algunos cuantos hombres de esta talla harían gigante en el tiempo.

La obra de este gran pintor es una célula viva en medio de tantas cosas muertas, que aplauden los necrófilos, en una pasión de sangre y piedra. Ella inspira confianza en todo un continente, inspira fe en toda una raza y esperanzas en el futuro del hombre. Ante la obra de Torres García yo me siento cambiado en el color más puro, en la forma más sencilla. En medio de la obra vivimos en un mundo anti cotidiano, maravilloso. Ella es extraordinaria a fuerza de ser sencilla, de no buscar lo extraordinario sino lo simple, lo esencial, la primera palabra del ojo humano.

Tal es la potencia de este arte tan simple, tan puro, tan primordial, que ante él se pierde la sensación de estar ante una obra de arte. Nos sentimos en medio de un mundo nuevo, de una constelación aparecida de pronto en nuestros cielos para enriquecer las miradas de la tierra.

El espectáculo de la realidad sometida al realizador, pocas veces alcanza semejante plenitud como en las creaciones de este espíritu de torre y gracia; torre humana, gracia divina.

Yo me inclino ante su obra, yo le saludo desde el fondo de mi poesía, que le ama y le aplaude, y le agradece el hecho de existir y ennoblecer el mundo con su existencia¡. Y siento pena por todos aquellos que no pueden gozar de su luz maravillosa, que se privan de un deleite espiritual tan pleno. Y me quedo pensando en aquellos que quieren perturbar la marcha de semejante hombre, aquellos que no comprenden "que se cuelguen de un pino será lo mejor".

[Texto. de Marcha por Vicente Huidobro]