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José Antonio Sosa indicaba, parafraseando a Deleuze, como “a cada sistema de representación cabe asignarle una distinta capacidad organizadora del mundo”.
Si la representación perspectiva (pre)suponía una estructuración jerarquizante del mundo, si la planimetría moderna oponía a aquella la relatividad de sus propias organizaciones fragmentadas y autorreferente, hoy intuimos el paso de lo que había sido, en ambos casos, una cartografía determinista (unívoca, total, exacta, y literal en sus referentes, pero también en sus procedimientos y sus trazados) a una cartografía cada vez más “indeterminada” (abierta, versátil, abstracta) y, por ello mismo, también más evolutiva en sus trayectorias. Al observador clásico o al flâneur moderno les ha sucedido, así, el explorador contemporáneo.
En efecto, para el observador clásico, el término “espacio” se traducía en un concepto estático y permanente; un marco absoluto, exacto y literal en sus manifestaciones, pero siempre observado “desde el exterior”, desde un encuadre aparentemente estable que iba a presentar en el punto de fuga - en la relación con el ojo humano- su máxima referencia.
La modernidad iba a exacerbar, por el contrario, la noción de “posición relativa”. La idea compacta (y cohesiva) del espacio jerárquico, absoluto, genuino, clásico, dejaba paso, así, a una visión más atonal, de experiencias discontinuas en “posiciones correlativas”; una planimetría discontinua de figuraciones fijas, aunque fragmentadas; fundamentalmente estáticas en su concepción, aunque incipientemente dinámicas en su percepción objetual; propias de una visión confiada aun en escenarios (o trazados) autónomos -panoramas- de codificaciones tan predeterminadas como exactas y unívocas.
El explorador contemporáneo -navegante, cazador y “militar” a un tiempo- se enfrenta hoy, sin embargo a un espacio polifásico, por complejo y heterogéneo. Un espacio multiplicado, físico -y no siempre físico- en constante situación de cambio latente y de simultaneidad entre mensajes y escalas diversos en el que las tradicionales distinciones entre ciudad, naturaleza y territorio han perdido aceleradamente sus tradicionales acepciones para confundirse en geografías progresivamente equívocas y solapadas. Escenarios plurales e indisciplinados -cada vez menos “domables”- identifican físicamente una estructura que, sin embargo, se vuelve más inasible e invisible en su globalidad y de la que tan solo emerge un campo de proyecciones y desplazamientos simultáneos y entrecruzados, apenas ajustables a los parámetros tradicionales -y estáticos- de la percepción y la representación tradicionales.
De la misma manera, representación no puede ser, ya, una simple cuestión de figuración o trazado sino una operación que debería remitir, necesariamente, a un conjunto de informaciones multicapa “n-dimensionales” (mapas abiertos y elásticos) destinados a reconocer el entramado de múltiples relaciones ocultas que en ella se desarrollan simultáneamente en el tiempo y cuya forma es imposible definir con exactitud.
La antigua idea de representación se complementa ahora -en esa nueva cartografía inteligente- con la capacidad de proyección, combinación y modificación que propician las nuevas lógicas interescalares y los nuevos instrumentos de reconocimiento basados en una sofisticada organización de una información, captada no ya (solo) en el lugar sino a distancia (vía satélite) , propia de las actuales tecnologías digitales.
Lógicas destinadas a articular la superposición y el cruce de datos, de corrientes, de flujos y de fuerzas. Lógicas que introducen la variable temporal, la modificación y la alteración. Lógicas surgidas de procesos abstractos más que de figuraciones literales.
Matrices sintéticas, evolutivas y a-figurativas (capaces de comprimir -de sintetizar- información) más que formas -o modelos- predeterminados. Estructuras de rastreo concebidas a partir de formatos diagramáticos -gráficos, parrillas, entramados, etc.- destinados a registrar y procesar datos múltiples: parámetros de incidencia asimilables a signos -o trayectorias- sintéticos (puntos, líneas, superficies) que experimentarían, posteriormente, las oportunas alteraciones y/o manipulaciones específicas en procesos indeterminados de concreción y, por tanto, un traspaso de lo abstracto a lo singular en situaciones tan inciertas como específicas.
[texto. en Diccionario Metápolis de Arquitectura Avanzada por Manuel Gausa] [descarga. diccionario metápolis]
José Antonio Sosa indicaba, parafraseando a Deleuze, como “a cada sistema de representación cabe asignarle una distinta capacidad organizadora del mundo”.
Si la representación perspectiva (pre)suponía una estructuración jerarquizante del mundo, si la planimetría moderna oponía a aquella la relatividad de sus propias organizaciones fragmentadas y autorreferente, hoy intuimos el paso de lo que había sido, en ambos casos, una cartografía determinista (unívoca, total, exacta, y literal en sus referentes, pero también en sus procedimientos y sus trazados) a una cartografía cada vez más “indeterminada” (abierta, versátil, abstracta) y, por ello mismo, también más evolutiva en sus trayectorias. Al observador clásico o al flâneur moderno les ha sucedido, así, el explorador contemporáneo.
En efecto, para el observador clásico, el término “espacio” se traducía en un concepto estático y permanente; un marco absoluto, exacto y literal en sus manifestaciones, pero siempre observado “desde el exterior”, desde un encuadre aparentemente estable que iba a presentar en el punto de fuga - en la relación con el ojo humano- su máxima referencia.
La modernidad iba a exacerbar, por el contrario, la noción de “posición relativa”. La idea compacta (y cohesiva) del espacio jerárquico, absoluto, genuino, clásico, dejaba paso, así, a una visión más atonal, de experiencias discontinuas en “posiciones correlativas”; una planimetría discontinua de figuraciones fijas, aunque fragmentadas; fundamentalmente estáticas en su concepción, aunque incipientemente dinámicas en su percepción objetual; propias de una visión confiada aun en escenarios (o trazados) autónomos -panoramas- de codificaciones tan predeterminadas como exactas y unívocas.
El explorador contemporáneo -navegante, cazador y “militar” a un tiempo- se enfrenta hoy, sin embargo a un espacio polifásico, por complejo y heterogéneo. Un espacio multiplicado, físico -y no siempre físico- en constante situación de cambio latente y de simultaneidad entre mensajes y escalas diversos en el que las tradicionales distinciones entre ciudad, naturaleza y territorio han perdido aceleradamente sus tradicionales acepciones para confundirse en geografías progresivamente equívocas y solapadas. Escenarios plurales e indisciplinados -cada vez menos “domables”- identifican físicamente una estructura que, sin embargo, se vuelve más inasible e invisible en su globalidad y de la que tan solo emerge un campo de proyecciones y desplazamientos simultáneos y entrecruzados, apenas ajustables a los parámetros tradicionales -y estáticos- de la percepción y la representación tradicionales.
De la misma manera, representación no puede ser, ya, una simple cuestión de figuración o trazado sino una operación que debería remitir, necesariamente, a un conjunto de informaciones multicapa “n-dimensionales” (mapas abiertos y elásticos) destinados a reconocer el entramado de múltiples relaciones ocultas que en ella se desarrollan simultáneamente en el tiempo y cuya forma es imposible definir con exactitud.
La antigua idea de representación se complementa ahora -en esa nueva cartografía inteligente- con la capacidad de proyección, combinación y modificación que propician las nuevas lógicas interescalares y los nuevos instrumentos de reconocimiento basados en una sofisticada organización de una información, captada no ya (solo) en el lugar sino a distancia (vía satélite) , propia de las actuales tecnologías digitales.
Lógicas destinadas a articular la superposición y el cruce de datos, de corrientes, de flujos y de fuerzas. Lógicas que introducen la variable temporal, la modificación y la alteración. Lógicas surgidas de procesos abstractos más que de figuraciones literales.
Matrices sintéticas, evolutivas y a-figurativas (capaces de comprimir -de sintetizar- información) más que formas -o modelos- predeterminados. Estructuras de rastreo concebidas a partir de formatos diagramáticos -gráficos, parrillas, entramados, etc.- destinados a registrar y procesar datos múltiples: parámetros de incidencia asimilables a signos -o trayectorias- sintéticos (puntos, líneas, superficies) que experimentarían, posteriormente, las oportunas alteraciones y/o manipulaciones específicas en procesos indeterminados de concreción y, por tanto, un traspaso de lo abstracto a lo singular en situaciones tan inciertas como específicas.
[texto. en Diccionario Metápolis de Arquitectura Avanzada por Manuel Gausa] [descarga. diccionario metápolis]